Cuando hay infección hay fiebre, cuando hay conflicto, ansiedad. Repito esto con frecuencia al cabo del año cuando mis pacientes acuden pidiendo ayuda para “quitarse” esos síntomas tan molestos, que aparecen a veces por sorpresa, cuando no, de forma permanente.
“Quiero estar como antes”, dicen. Yo suelo pensar: imposible, estarás mejor si el tratamiento va por buen camino. Si no, no vale la pena. Y así es, ya que un proceso de psicoterapia ha de producir cambios reales cualitativos para la persona.
Cuando un ser humano se conoce, ha abierto los ojos y ya, lo mismo no es igual; puede conducirse de otras maneras.
Para llegar a esto, la tan temida experiencia angustiosa nos sirve como chivato de otros asuntos, que cuesta mas admitir, pero, una vez desvelados, asumidos e incorporados como un aspecto más de la humanidad que nos condiciona, la cura de esa dolencia que en nuestro caso es a la vez emocional, física y mental, resulta como una vuelta a casa tras un viaje por diferentes espacios, espejos, prejuicios, sentimientos y acciones, que nos madura para una vida mas consciente y libre.
De tal modo que, el espacio terapéutico es como un laboratorio donde el objeto de conocimiento es la persona misma y el manual de instrucciones, aunque particular en cada caso contiene algún punto común para todos: la angustia es un síntoma y no una enfermedad, pelear contra ella agota, ignorarla enloquece, aceptarla serena y es la primera puerta de entrada o salida según se mire, hacia un vivir mas saludable.