El cuerpo es como la tierra. Es una tierra en si mismo y es tan vulnerable al exceso de edificaciones como cualquier paisaje. Debido a esa vulnerabilidad no es posible vivir sin altibajos, sin miedos, sin dolor, sin enfermedad.
Los cuerpos son jóvenes, son hombres, son mujeres que estrenan la angustia y la alegría de la primera ilusión, el primer desengaño, el primer amor.
Esa vulnerabilidad aparece en el cuerpo como una amenaza destinada a hacer sufrir. Desde el cuerpo propio que se deteriora y enferma, desde el mundo exterior y desde los vínculos con los otros.
Es en el vínculo con los otros donde el dolor aparece como una amenaza que se sitúa más allá del cuerpo, en el punto cero de un poderoso lazo de amor. En el instante de una ruptura. Esta ruptura inesperada y súbita enciende un sufrimiento interior vivido como un grito sin eco que emana de lo más profundo del cuerpo.