DISTANCIA ENTRE LAS CREENCIAS FAMILIARES Y UNA SOCIEDAD CAMBIANTE. HACIA UN NUEVO ENFOQUE EN EL ESTUDIO DE LA FAMILIA
Ana Belén Jiménez Godoy
Universidad de Murcia
Publicado en Bioética en el milenio biotecnológico, en Pastor, L y Ferrer, M (2001). Edt Sociedad murciana de bioética: Murcia
Las nuevas Formas de Familia y el mito de un ideal de familia:
Es considerable, sin duda, el despertar generalizado y el interés impuesto ante la realidad de la familia en la actualidad. Esta realidad a la que me refiero se cifra en esa especie de metamorfosis y alteridad, tanto estructural como axiológica, que está experimentando la familia y que tanto interesa a la Antropología, como a otras disciplinas que se suman a la nuestra, aunque con visiones y posturas que difieren entre sí. De alguna manera, es sabido y vivido por todos este fenómeno social tan extendido como el de las nuevas formas de familia, su diversidad y complejidad, pero menos conocidas son las representaciones y mitos que se construyen en torno a ella en general, o a un modelo concreto, y que implican importantes consecuencias en la percepción de las realidades y vivencias de lo propio. Desde diferentes ámbitos resulta ser una temática que se repite bajo argumentos que reafirman el despertar de los nuevos modelos que van configurándose, producto de una reconceptualización en torno a la identidad, al ideal personal y a los nuevos modos de organizar la vida en común. Estos discursos que refutan los nuevos cambios, quedan reflejados en nuestra realidad bajo estructuras familiares dispares: familias que recurren a técnicas de reproducción asistida, familias recompuestas, familias adoptivas, familias monoparentales, etc. Como se advierte, nos desenvolvemos en una diversidad de formas de estructurar la familia, y para dar cuenta de esta plasticidad y proceso de cambio se ha acuñado a esta familia emergente bajo nombres tales como: Familia Posmoderna (Singly, 1993), Familia postpatriarcal (Flaquer, 1999), Familia relacional (Donati, 1998) o Polifamilia (Rivas y Jociles 1999).
Esta divergencia en la forma de estructurar la vida en común no responde a ninguna razón azarosa. Atributos y realidades tales como: los nuevos modos de procreación que derivan de los avances biotecnológicos y la consecuente separación entre sexualidad y descendencia, la diferenciación creciente de las parejas, la democratización de la vida privada, la permeabilidad de estos sistemas, la autonomía e individuación de las parejas, la optatividad sexual, el énfasis en la identidad, la reconceptualización de los hijos, el interés por lo relacional, el carácter psicológico de las relaciones, la preocupación generalizada por la estabilidad afectiva, la característica simetría de las parejas, etc, explican el replanteamiento de lo que se ha entendido como la imagen idealizada o mítica de la antigua familia tradicional o la nuclear, y el consiguiente desarrollo de los diferentes modos de organizarse en común que no responden a una familia contemporánea prototípica (Gracia y Musitu, 2001).
Aun así, parece como si estas nuevas formas de familia asumiesen todavía las formas simbólicas de la antigua familia tradicional (Juliano, 1994) y esto viene seguido de determinadas consecuencias. Esta reacción puede ser causa quizá del despertar del imaginario colectivo ante situaciones cambiantes que provocan cierta sensación de desequilibrio e inseguridad. Esta situación puede empujar a que recurramos muchas veces a imágenes míticas de un ideal de familia que actúe como abrazo paternalista y asegure la sensación de esa certidumbre perdida. Y es que, la función del despertar mítico responde a esas realidades como una herramienta cognitiva que permite economizar nuestra atención y apagar ese pánico suscitado ante las situaciones desconocidas. El mito responde al sentido, es decir, a esa comunidad de significados compartidos por la familia (Álvarez, 2000). Este sentido impone y otorga significatividad a los hechos, funcionando como arma de categorización que determina lo que se aprecia o prefiere como propio y lo que se desea como ajeno. Los mitos así hacen referencia a aquellos atributos y esquemas para llamar a la realidad, y en este caso a la familia, contribuyendo a la configuración de su identidad y al sentimiento de seguridad consecuente. De este modo, los miembros de la familia responden a sus aconteceres con conductas y respuestas que favorecen o fortalecen dicho mito, haciéndose tan propio y obvio que a veces parece imposible distinguir que es precisamente una creencia, siendo éste uno de los peligros que supone aferrarse a ellos. Otro de los peligros a los que la familia puede quedar sometida por responder a mitos de un ideal de familia, es el hecho de que ésta se identifica con la representación o imagen mental de ella misma, y a dicha identificación le sigue un proceso dinámico, en el que éste funciona como “forma de percatación” (Fromm, 1970) que recopila, selecciona, interpreta, canaliza la información circundante y la vivencia consecuentemente, por lo que la rigidez o flexibilidad de dicho mito, determinará las experiencias ante los cambios que el contexto le brinda.
Si se torna la mirada hacia un pasado vemos a la institución familiar como una realidad inmutable. Esta familia convivía adscrita a un modelo fijo que regía el destino de sus miembros, los cuales optaban por renunciar a sus propias aspiraciones en beneficio del linaje y la seguridad de pertenecer a ese grupo (Flaquer, 1999). Este modelo encapsulado tenía pocas posibilidades de sobrevivir bajo una cultura global, multicultural, rica y cambiante, como la que en la actualidad nos encontramos, ya que desde su rigidez parece imposible acoplarse a la metamorfosis constante a la que queda sometida nuestra cultura. En esta vuelta al pasado encontramos también a la familia llamada nuclear que supervive bajo un paradigma parsoniano en el que se parte de ideales de fusión y de resistencia ante el cambio. Es éste el actual periodo de transición que experimenta la familia y que, aun existiendo todavía dicho modelo, parece que el ritmo normativizado del cambio vaticina su desaparición. Este ideal de familia nuclear cerrada se ha desmoronado; sin embargo, esto no ha supuesto una pérdida del rol de la familia y del parentesco en el mundo contemporáneo (Gracia y Musitu, 2001). El ideal de familia de hoy, que personalizan las familias posmodernas, resulta ser algo cambiante y más flexible que la familia de ayer, abrigada ésta última por una cultura patrocinadora de dicho modelo. Los constructos que utilizaba antaño la familia para definirse y mirarse, no dependían tanto de la voluntad de quien miraba, quedaban encasillados bajo una especie de código moral que pululaba en la cultura imperante, resultando ser ésta una especie de objeto ideológico. La familia era más una entidad abstracta que otra cosa. La vida de la familia tradicional no había que observar mucho para descubrirla, cada una, entre las muchas, tenía muy claro a qué debía responder; los roles así resultaban rígidos pero seguros, la certidumbre, digamos, era la nota que caracterizaba a una familia tradicional. La libertad por tanto que se le da ahora a la familia corre en la línea de responder a lo que la sociedad espera, que no es lo que antes se esperaba, y cómo ella deseaba mirarse y definirse así misma. Las familias actuales digamos que quedan ligadas al proceso de transformación de nuestra cultura, responden más bien a un “modelo dinámico” y los individuos que la integran obtienen una capacidad de elección mayor en lo que se refiere a la configuración de sus formas de vida y de convivencia.
Ante esta divergencia interpretada por algunos como “alternativas sociales” (Buxó 1996), parece necesaria una aproximación tolerante. La pertinencia al hablar sobre familias en este contexto, es decir, en el contexto del tema “familia y bioética”, podría ir en la línea de abordar una de las modalidades de familia de estas nuevas formas que venimos hablando hasta ahora. Me refiero a lo que se han llamado Familias artificiales, un tipo de familia naciente, resultado de los vertiginosos avances biotecnológicos. Esta nueva modalidad queda estrechamente relacionada con las técnicas de reproducción asistida y, ahora, con los debates legales y éticos que implican las nuevas técnicas de manipulación genética y lo que se ha llamado Preimplantación de diagnosis genética (PGD), utilizada para la detección de defectos y anormalidades que están presentes al nacer. Obviamente, el tipo de familia naciente unida a estas técnicas, impone la obligada reformulación de aspectos que se creían ciertamente claros, por lo menos cuando nos referíamos a un modelo estable e inflexible. La práctica de estas técnicas repercuten en el concepto mismo de familia, de lo que por familia normativa entendíamos, y lo que ésta dibuja con su significación sobre otros conceptos como: filiación, relaciones naturales o consanguíneas, parentesco, paternidad y maternidad, sexualidad, e incluso el sentido mismo de la realización personal por medio de la descendencia.
Los mitos que despiertan ante esta realidad que abre o deja ver las posibilidades de las técnicas de reproducción asistida, desde el planteamiento de un ideal de familia, pueden dejar su huella tanto en las propias familias que se han llamado artificiales, como en los demás sujetos que advierten dichos cambios. Al hablar de huella me refiero a que los mitos que suelen surgir, partiendo de un ideal de familia, pueden llegar a determinar nuestras experiencias, consecuencia ésta del mirar por ellos a modo de filtro. De este modo, puede vivenciarse como deseo, por ejemplo, el ideal de las relaciones o lazos de amor, unido al atributo de lo natural, que coge su significación en la creencia de que el verdadero amor naturalizado es aquel espontáneo, aquel no premeditado, aquel contrario a la planificación que supone el recurrir a estas técnicas que dejan la connotación de lo desnaturalizado. Pero el mito de un ideal de familia puede quizá cuestionar también esa sexualidad desvinculada de la afectividad, la cual denota también esa desnaturalidad del proceso. Otras representaciones que pueden despertar ante el escenario de incertidumbre que dejan las posibilidades que abren las nuevas técnicas de reproducción son las que tienen que ver con lo mitos de consanguiniedad que han quedado a lo largo del tiempo unidos a la idea de que los descencientes encarnan las características de sus progenitores y que en este caso puede reflejar su otra cara bajo el mito de la mala sangre.
Ante esta vivacidad mítica pueden surgir planteamientos contradictorios y nada adaptativos por parte de los personajes implicados en estos modelos familiares y por los que no quedan implicados en ellos. Pero cabe un camino en esta circunstancia, en el que los mitos rígidos no impidan perturbar una realidad que no necesariamente deba ser vivida como incómoda o inadaptada. Y es que, el acercamiento ante esto temas, es decir, ante el despertar de las nuevas formas de familia , se merece una aproximación que no implique seguir la ya habitual trayectoria de la mera descripción de esas nuevas formas familiares, sino más bien recurrir al enfoque que aquí se defiende: al enfoque prospectivo de la Antropología, el cual permite y motiva hacia una reflexión acerca de modelos culturales alternativos.
Diferentes estudios procedentes de la Antropología, la Psicología o la Sociología apuntan que las creencias e ideas que tenemos acerca de la familia influyen de modo decisivo tanto en la interpretación de nuestra realidad familiar como en las dinámicas que adoptamos. En este sentido, la Psicología no ha descansado en dejarnos constancia del hecho de que la calidad de lo que percibimos, de lo que sentimos, de nuestra actuación y de nuestro pensamiento, viene determinando, casi en su totalidad, por el cómo nos definimos. De este modo, el cómo nos llamamos – en parte influenciado por el cómo nos llaman, y qué peso tiene ese llamar en la cultura concreta va construyendo nuestra identidad. La cuestión de centrarnos en ese llamarnos estriba en la no única sospecha de que en la cultura actual el cómo llamarse es algo que se ha convertido en una especie de vacuna social contra los males que acechan (González 2001). Es valorada sobremanera la forma adaptada del mirarse y llamarse, ya que en épocas anteriores los discursos sociales ya se preocupaban por encasillar a los representantes de esa cultura. En esta circunstancia, no sólo se halla esa individualidad que lucha por ponerse un nombre, sino también la familia. y, me pregunto aquí, si es tan trascendente y funcional empeñarse en llamar a las cosas y fijarlas bajo un contenido concreto, cuando la situación actual provoca tan incansablemente el cambio. Me pregunto por qué se busca incesantemente una consideración normativa para la familia. y la respuesta no me da más opción que emparentarla con lo que Buxó (2001) entiende debe ser un cambio radical en la cultura, y en el modo de abordar las situaciones que se presentan. Buxó parte de un hecho: la sociedad busca normas para legitimar realidades tan propias como las que se presentan en la familia, es decir, cualidades para llamarse y, por tanto, identificarse. Esta búsqueda, entiende, se origina por la sensación de incertidumbre que profiere el estar acostumbrado a vivir bajo una sociedad paternalista. Pero la cuestión es que en un ahora, las normas, más que guías fijas que marcan el destino, deben servir como puntos de referencia, no es funcional. No es certero, piensa, regular las situaciones tan cambiantes y vertiginosas en la actualidad, bajo normas con contenidos concretos, sino que, más que atiborrar de contenidos, se sugieren instrumentos para aprender de esas situaciones, es decir, capacidades o herramientas para abordarla, y aquí insisto en esa flexibilidad y capacidad de autoorganización con la que la familia de hoy ha de hacerse si desea mantener un equilibrio sano. En este sentido, y relacionándolo con el presente de la familia, planteo la alternativa contraria a guiarnos bajo el contenido rígido que, como hemos visto, quedaba encasillada y legitimada la familia patriarcal, como vacuna que aseguraba la estabilidad de la familia; y aliarnos, por el contrario, con opciones que amplíen la viabilidad de los nuevos modelos de organización familiar, sin que por ello sean etiquetados como situaciones de crisis. Sugiero así que cada familia se enfrente al reto de procurar entrar en un proceso de desidentificación consciente con aquello que se había identificado, y comenzar a construir reflexivamente su propia identidad en un contexto que se entiende y se vivencia sumamente cambiante.
Y es que la familia hoy ha de gestionarse, pero la familia no está acostumbrada a crearse una identidad propia, sino a asumir una identidad, a creerse, a tener una teoría sobre ella. Sin embargo, en el presente se exige que sea crítica con ella, que sea reflexiva, constructiva y responsable de su destino. La dinámica en la actualidad es una dinámica dialéctica y comprensiva entre lo tradicional, lo moderno, los nuevos valores y las nuevas imágenes culturales, y la familia debe guiarse en esta nueva circunstancia. El reto no es otro que el ser consciente de esta trama, en la que se fraguan los modos de entender las realidades particulares de la familia, con el fin de que, después de un ejercicio consciente, pasar libremente a hacer esa crítica reflexiva que acompañe a su realidad más propia.
La propuesta entonces va en la línea de reflexionar acerca de algunas representaciones y mitos que sustentan el modelo mental de las nuevas familias, reflexionar acerca de la peculiaridad de sus estructuras, acerca de las dinámicas que suelen desarrollar, de los recursos propios con los que cuentan, de los roles que suelen interiorizar, en definitiva, de esas cualidades que les otorga su realidad particular y la realidad social que las envuelve, que no son para todas cualidades de un modelo estático y rígido de antaño. Partir de este enfoque puede abrir puertas a la hora de dar respuesta al por qué las familias posmodernas están presentando determinadas crisis: ¿Es porque su estructura posee una naturaleza disfuncional o puede ser porque se aspira, se tiende a responder a mitos o modelos de ayer que no casan con la realidad actual de todas las familias? ¿qué es lo que exactamente está en crisis?
Con este panorama que ofrece la realidad de las nuevas formas de familia, intento hacer una aproximación válida tanto para las familias que nacientes a partir de los avances biotecnológicos, como a otras nuevas formas de familia. Mi experiencia en el estudio de las nuevas formas de familia se concreta en el reciente estudio que he elaborado acerca de aquellas familias recompuestas que se perciben en crisis y acuden a un contexto terapéutico. Pero esta investigación, las reflexiones derivadas de este estudio y el enfoque propuesto, entiendo que puede ser válido para los tipos de familia nacientes y que, como anteriormente he apuntado, se enmarcan en un modelo más dinámico en consonancia con los avances de nuestra cultura.
El caso concreto de las familias recompuestas con percepción de crisis resulta ser un claro ejemplo de las batallas en las que se ven envueltas las nuevas formas de familia actualmente, que con ideales de responder a otros modelos, se fundan bajo mitos de incompetencia, como familias que se salen de la norma, abocándoles la mayoría de las veces a un fracaso sin remedio. Este estudio me permitió un acercamiento más próximo a la realidad de este tipo de familias en un contexto nada habitual; en el contexto terapéutico. Las problemáticas y argumentos – ocultos o fielmente expresados- que traían este tipo de familias, me hicieron pensar en lo paradójico que resultaba ser protagonistas de la divergencia, y empeñarse de modo insistente e inconsciente, la mayoría de las veces, en cumplir con un modelo de familia tradicional, y a mi modo de entender, rígido. Esta posición que mantenían los protagonistas de la diversidad caía la mayoría de las veces en una clara desadaptación, que se resuelve, en gran parte de los casos, bajo el símbolo del paciente acusado de alguna patología en el grupo familiar. La salida a la adaptación tomaba el camino en mis conclusiones de la revisión de esas creencias que empujan hacia destinos inciertos y poco sanos, ya que no encajan con la cualidad propia de la familia concreta. Y es que, no podemos entrar en la paradoja de vivir una realidad divergente y no siempre caprichosa, y apuntar sin embargo nuestras miradas bajo creencias que nos encapsulan y que comenten el torpe atropello de definir definitivamente a la familia, impidiéndola avanzar en su propia calidad y cualidad específica. La esquizofrenia es segura pero más seguras son las realidades críticas a las que se ve sometida este tipo de familia.
Enfoque de una Antropología prospectiva para el estudio de la familia:
Puesto que la salida que se propone aquí es aspirar hacia una reflexión sobre las míticas, representaciones y creencias de los diversos modelos familiares – si es que se desea no caer en realidades críticas para las nuevas familias-, se impone entonces y hace necesario un cambio del papel del investigador. Es aquí donde doy el protagonismo a los que formamos este campo de la Antropología. Y es que seguir por este camino es pasar de un filosofar acerca de los patrones o ideales de familia, a hacer de antropólogo de campo; observando y mezclándose en la dinámica familiar.
La Antropología, como se sabe, es la búsqueda de la dinámica y estructura de nuestra realidad humana. Desde la Antropología Social, el camino hacia el conocimiento de aquella se hace gracias al método etnográfico y a su proceso concreto, el trabajo de campo. La etnografía resulta ser hoy un método más que poderoso y ansiado por otras ciencias humanas. Es una realidad el interés impuesto en dicho método por múltiples disciplinas, como pueden ser la Psicología, la Medicina o la Psiquiatría (Comelles, 2000), la Pedagogía (Mélich, 1996, Badillo 1994) e incluso disciplinas más dispares como la Economía o el ámbito propiamente empresarial (Aguirre 1994). Este interés proviene de caer en la cuenta de no haber acertado, quizá, a ver la relevancia de la cultura dentro de las teorías desarrolladas en sus propias disciplinas, y de alejarse también de la práctica y relación directa que el antropólogo, sin embargo, mantiene en el trabajo de campo, permitiéndole un acercamiento más certero a los fenómenos socioculturales y una comprensión más profunda del entramado complejo, cambiante y multicultural que caracteriza a nuestra sociedad actual. Es así como empiezan a plantearse estudios acerca de los contenidos propios de esas disciplinas que, en principio, se mantenían alejadas del método etnográfico. De este modo, es por ejemplo el término self; la autoestima, la inteligencia, la escuela, el concepto de salud, la cultura de la empresa, etc, realidades que empiezan a pensarse y estudiarse bajo coordenadas culturales, como contenidos que entran a formar parte influenciable de la cultura, y por consiguiente su análisis se enmarca bajo el punto de vista de esa cultura y para la cultura.
El interés creciente por el método etnográfico es consecuencia también, como he apuntado en el párrafo anterior, de esa inclinación hacia el ámbito de la práctica y al acercamiento más certero de nuestra sociedad cada vez más compleja, caracterizada ésta por esa diversificación en múltiples etnias. En este sentido, la Antropología Aplicada nos provee de una etnografía activa, holística e interdisciplinar, que busca desentrañar la lógica interna que sigue a los cambios que se producen en ese contexto cultural o a lo considerado como lo marginal o problemático en esa cultura. En esta tesitura la Antropología puede seguir dos caminos: uno, el de inclinarse hacia la solución de lo que se han llamado problemas sociales y hacer una descripción de los mismos; o bien, bajo el nuevo enfoque de la Prospectiva antropológica (Buxó, 1994, Aguirre, 1995), dirigirse hacia una reconstrucción del problema construido, en orden a desentrañar la maraña significativa que dichos fenómenos esconden, dejando abiertas nuevas alternativas culturales para la creación posterior de las condiciones culturales acordes con las nuevas alternativas.
El enfoque prospectivo, ya anticipado en párrafos anteriores, puede hacer mucho en lo que se refiere a redefinir y deconstruir los significados atribuidos a lo que se ha llamando crisis o conflicto de las familia, incluso, para desgranar la tesis de la desaparición de la familia (Lash, 1996) que más bien parece referirse a la desaparición de la familia tradicional. Es así como, partiendo de que la familia es lo que es y el conocimiento de ella es lo que realmente es vulnerable a la farsa y a la manipulación, hay que advertir que, lo que se ha llamado propiamente conflicto se interpreta como ejemplo de desestructuración de la familia, y no como nuevas configuraciones y alternativas culturales a modelos que en un pasado respondía la familia. De este modo, la familia no desaparece, como advierten algunos, las funciones de la familia siguen perviviendo; el proporcionar la intimidad, el promover el crecimiento y educación de los hijos, el potenciar el bienestar material y el equilibrio psicológico, el trasmitir unos valores, etc, sigue existiendo (Alberdi, 1995).
Las perspectivas que abre una Antropología prospectiva son cuantiosas, ya que, de este modo, se podría dejar un espacio para la reflexión acerca de las encrespadas relaciones que se configuran en la compleja convivencia de las nuevas familias que se articulan en nuestro contexto sociocultural, así como también de las potencialidades que éstas dejan ver, para enfocar por último nuestras miras hacia un crecimiento paralelo al desarrollo de nuestra cultura. El protagonista de esta nueva Antropología y su incursión en la cultura debe estar guiado por la idea de que la sociedad, la cultura y las relaciones que se crean en ese contexto, dan forma a la cognición y a los parámetros por los que se orientan los representantes sociales. La idea, considero, gira más hacia el diseño de modelos culturales probables, promovidos por los protagonistas de dicha cultura. La nueva orientación antropológica se inclina, más que hacia una resolución de los problemas sociales, hacia una reconstrucción de los mismos, que es lo que sigue al paradigma propiamente constructivista y construccionista.
La pretensión de llegar a una comprensión de los mitos de las familias de hoy y a la determinación en orden a sus experiencias, toma el camino de una reinterpretación de lo que entienden que es propio de ellas mismas, y esto sólo es salvable desde una posición interpretativa o hermenéutica por la que se entiende que los patters de significado son las categorías centrales para comprender la naturaleza del hombre y su cultura. De este modo, el camino no estará interrumpido por ideas a priori de una metodología positivista. La realidad a profundizar, es una realidad que entiendo se construye intersubjetivamente, es una realidad significativa y toda ella simbólica. El trabajo etnográfico entonces, debe guiarse hacia ese fenómeno social tan extendido como el de las nuevas formas de familia y las representaciones o mitos que se construyen en torno a la familia en general, tanto desde la perspectiva de los protagonistas de las nuevas formas de familia, como la de los que encarnan la familia más clásica. Pero habría que unir a ello el análisis de un supuesto también social, como el de que la familia está en crisis, contrario éste a argumentos como el de Rivas y Jociles (1999) que entienden que la familia actual más que estar en crisis nos deja su cara más polifacética, ya que hablan de la “Polifamilia”. Aún así, dicho atributo de crisis entiendo que entraría dentro de las construcciones que, bajo el influjo de factores socioculturales, se crean también a la hora de llamar a la familia.
La Antropología bajo un enfoque prospectivo puede ser, por tanto, la disciplina encargada de viabilizar, de repersonalizar (Buxó, 2001), de dar una nueva categoría de interpretación más acorde con la realidad de la familia, orientando así el trabajo del antropólogo hacia la redefinición de los significados implícitos de los sujetos protagonistas de nuestra cultura. Este enfoque de la prospectiva se define por el intento de deconstruir los significados y volverlos a construir para así descubrir esa lógica interna (Álvarez, 2000) que le sigue a lo que se entiende es un problema, con el fin de tener un campo más abierto en sus posibilidades de definición. Esto supone un embarcarse en el proyecto de diseñar formas en las que se pueda llegar a compartir las diferentes narrativas de los sujetos de nuestra cultura, con el fin de promover un aprendizaje social (Buxó, 2001). Es esto también un apuntar hacia donde Wilber (2000) considera es una necesidad segura: tender a una desidentificación progresiva de las indentificaciones estrechas, exclusivas y parciales. Desde la propuesta de Wilber se entiende que entonces la desidentificación con modelos de vida, creados de un discurso social y vividos como propios debido a ese esfuerzo por identificarnos con ellos, es algo más que necesario. Por este camino, considero, se llegará seguro a una mayor sensibilización de nuestras propias capacidades y características – de las características propias de las diferentes formas de familia- y por tanto de nuestras potencialidades de crecimiento- de las potencialidades de la familia- y por tanto de nuestras potencialidades de crecimiento – de las potencialidades de la familia-.