Por fin ha llegado a la librería el libro que tenía pedido. ¡Umm…! ¡Qué bien huele! ¡Me encanta el olor de los libros nuevos! Me evoca cuando, sentada a la mesa, forraba mis libros para el nuevo curso. La ilusión y la satisfacción del deseo cumplido: saber leer y tener libros como mis hermanos.
¡Qué motor es el deseo!
Cuántas secuencias de recuerdos despliega escribir estas líneas… Cómo aprendí a leer antes de ir al colegio porque quería ser como ellos; mi hermana llevándome a la biblioteca a hacerme el carnet; los libros que me regalaban…, los que me prestaban…
Cuántas historias han acompañado mis momentos de soledad y aburrimiento.
Cuántos vínculos establecidos a través de los libros: el silencio compartido sentada en el Campo Grande leyendo junto a mi padre, junto a mi abuela leyendo el periódico en la cocina, los comentarios con mi madre, quien hasta mi adolescencia leyó lo mismo que yo.
Cuántas puertas abiertas a otros mundos. Qué curiosidad suscitaba en mí los pasteles de jengibre que comían “los cinco”, qué era eso, a qué sabría. No sé por qué no lo busqué en el diccionario (no había Google).
El motor del deseo empezaba a tener freno.
Quizá por esto me dio un buen día por ordenar y limpiar “el trastero” del ipetg, y convertirlo en biblioteca, quizá por vincularme nuevamente a través de los libros, quizá por volver a tener familia, un sitio, quizá porque otros puedan disfrutar de lo que yo. Y es que hay huellas que no se borran y otras que como pisadas en la arena nunca más serán.
Cuántas historias de carne y hueso comparto ahora y que me hacen ver constantemente las huellas del pasado propias y ajenas. El camino que escogemos. Mis límites y los del otro. Y desde ahí reconocer al niño que todos llevamos dentro.
Será la crisis, serán los años, será mi trabajo quienes me están haciendo pensar más en lo que sirve del pasado, de lo viejo, y lo que no; de lo útil, o no, de la “modernez”; de las cosas que nos ayudan a dar un nuevo paso y las que nos limitan.
La psicoterapia hizo que mi deseo volviera, que tras años de, entre otras cosas, estudiar y leer “por obligación”, disfrute de la lectura como cuando era niña sin que sea una huida de la angustia. Y mientras escribo estas líneas a mano, hay en mi mesa, junto al portátil, una guía de viajes muy usada y prestada que anticipa mis vacaciones, a su lado el libro nuevo mencionado al principio que me acerca a una comprensión y diferencia del autismo y la esquizofrenia infantil.
Saboreo una infusión acompañada de jengibre confitado.