El otro día Flora, una amiga mía, me habló de su Matilda y, al conocerla, no me resistí las ganas de compartirla hoy con estas letras, con su permiso claro, y así reflexionar sobre el matiz de la Matilda interna que tiene cada uno.Reconocer al niño interior y respetarlo es algo que todos tenemos pendiente.
Matilda tiene 7 años, es una niña soberbia, muy chistosa, que le quita hierro a todo lo que a Flora le pasa. Es divertida y le gusta disfrutar de las comodidades del progreso. Lo peor que tiene, me comentaba Flora, es que a veces no hace más que descalificar al otro. Esta es una niña con malas pulgas. Pero Matilda intenta todo el tiempo estar ella presente y Flora se niega, aunque, al final, ahí que andan juntas, pero mal avenidas, de momento. Flora quiere avanzar y Matilda no quiere que el tiempo pase.
Eso de mirarse tanto el ombligo les trae por la calle de la amargura. Mirar un poco más a su alrededor les podría ayudar, lo que ocurre es que mirarlo les causa miedo y pánico a la incertidumbre. Así que, finalmente, prefieren seguir con su ombligo, Flora y Matilda; tan conocido ya y en su lugar favorito, que no es otro que el que conocen: su sillón, su coche, su familia, su vida en general, lo que sea, pero conocido y seguro.
Y es que, casi todo acontecimiento nuevo
para cualquier ser humano le genera inquietud a Matilda e incluso pánico y, de esa manera, paraliza cualquier resorte que pudiera poner en marcha Flora. Que pena que el progreso haya traído el móvil y no un botón al que apretar y seguir caminando hacia delante sin miedo. Pero sí, la vida da miedo, más que la vida, lo que pensamos de ella. Da miedo casi todo, pero creo que estamos hechos para sacar fuerzas y arrastrar del carro aunque estemos exhaustos.
Todos los que ahora leemos estas letras lo hacemos cada día: tiramos del carro, si no estaríamos muertos. No es compatible la lectura con estar muerto, si es compatible y necesario estar vivo y tener algo de miedo. A veces nos salva de los peligros. Ay mamaita que me quede como estoy!!!… y así se acabó el miedo y nos ponemos a salvo de una estupidez. En ocasiones es cierto que quedarme como estoy es penoso, pero aun así nos repetimos muchas veces; cada uno con su mantra distinto claro: yo es que no quiero compromisos, yo no quiero vivir, yo es que tengo miedo a los médicos, yo valoro mucho mi rutina…
Realmente, escaparnos de la cotidianidad robotizada nos puede ayudar a pararnos un rato a meditar que hago con lo mío.”Querer es poder” es uno de esos virus que nos inocularon de pequeños y así vamos todos por la vida arrastrando la culpa, resultado de ese “fracaso” cuando no podemos, porque por lógica según ese virus es “porque no queremos” en el fondo. Y, claro, uno se siente un estúpido cuando no puede con algo.
Por la rendija de una ventana se puede ver la luz y el verde vital de fuera o la pupila puede fijarse en ese trozo de madera que no te deja ver nada, es ahí donde se empieza a dibujar un estado de tristeza intenso que nos va abatiendo hasta hacernos sentir muy vulnerables, miedosos en el fondo. Cuando Flora tiene miedo aparece Matilda y, de esa manera, se exonera de toda responsabilidad en la vida. Aparece una niña que le suplanta y, de alguna manera, frena su caminar. La desaparición de la tristeza y el miedo son automáticas. Matilda es maja, la verdad, pero luego Flora se da cuenta que quitándose la responsabilidad de elegir lo que quiere en cada momento en su vida le pasa la factura de que le salgan las cosas como ella no quería. Repito, como ella no quería. Así que habrá que frenar un poquito a esa parte infantil o inmadura que no nos deja ver que detrás de cada paso firme dado se esconde una decisión auténtica; porque es la mia para empezar.
Matilda ameniza la vida pero le impide a Flora desear proyectos. Así que Flora enfadada le ha dicho que “querer sí es poder”, en tanto yo mismo adopto una actitud de lucha por mí. Querer es poder, en tanto lo intento como algo auténtico y mío. Querer es poder en tanto soy yo misma. Si no se consigue lo deseado es otra historia. Más bien nos debe de importar cual fue nuestra actitud vital y nuestro “deseo”. En la novela Hambre, ambientada hace un siglo, un hombre tenía ya lo mismo que tenemos ahora: hambre de comida y de todo en general, hambre espiritual también. Vamos, que todos pasamos las mismas hambres y, si acaso sirviera, a modo de chascarrillo, si querer es poder y la vida es como un sueño, podríamos adentrarnos ya en uno profundo, donde los miedos empiezan a desvanecerse delante de nosotros, con cada paso firme que vamos dando y de esa manera Matilda puede estar presente en la vida de Flora pero sin molestar.