Cuando enfermamos, el dolor físico o la fiebre nos anuncian que algo en nuestro organismo anda desajustado. Una cosa parecida puede estar ocurriendo cuando nos percibimos ansiosos, estresados, deprimidos, obsesionados… La vivencia de sufrimiento, insatisfacción, angustia (cualquiera que sea su grado y manifestación) irrumpe en nuestra vida y nos sentimos perdidos y desorientados. Este momento de crisis desvela, en el fondo, un conflicto ocurrido en el contacto de la persona consigo misma y con el mundo. La manera como hasta ahora hemos funcionado (nuestro carácter) deja de sernos útil y los síntomas que se nos manifiestan en estos momentos pueden hacernos tomar conciencia de la necesidad de buscar ayuda e iniciar un proceso terapéutico.
La terapia es un espacio privilegiado donde podemos encontrar el apoyo y el acompañamiento que necesitamos para afrontar nuestra vida de una manera más saludable, recuperando el original sentido de nuestra existencia (el amor y el placer) y reconquistando el equilibrio entre lo que sentimos, pensamos y actuamos, de manera que establezcamos un contacto satisfactorio con nosotros mismos y nuestro entorno. En el espacio de intimidad del encuentro terapéutico, precisamos conceder importancia a la experiencia, al darnos cuenta y a la toma de conciencia de nuestras emociones, nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestras acciones. En definitiva, a toda la persona que somos para descubrir cómo nos estamos impidiendo el auténtico contacto con nuestro verdadero ser, sanar las heridas de nuestra historia personal y tomar la responsabilidad de nuestra vida.
En este encuentro no somos, como terapeutas, un papel en blanco. También nosotros, en diversos momentos, experimentamos esta situación crítica de nuestra existencia desajustada. Como pacientes, transitamos nuestro propio camino de conocimiento y crecimiento personal. Como terapeutas, además, vamos recorriendo itinerarios formativos que nos proporcionan y facilitan herramientas para nuestro trabajo. Y en el aquí y ahora del encuentro terapéutico desarrollamos nuestra escucha, siendo éste el marco donde nosotros somos, estamos presentes y prestamos atención a otra persona que es y está presente.
Pues bien, los diversos grados de inquietud, malestar, insatisfacción o angustia con que una persona viene al encuentro terapéutico nos anuncian, al menos, tres posibles realidades. Puede ser que exprese un interés en avanzar en su proceso de maduración o de desarrollo de un mayor grado de conciencia. Puede ocurrir que esté atravesando un momento de crisis en su vida para el que necesita acompañamiento cualificado. Y, por último, puede presentarse con una patología evidente, donde la angustia adquiere un nivel tal que cursa con síntomas clínicos incapacitantes y la persona queda inhabilitada para una contención suficiente y necesaria.
En este punto, resulta trascendental la tarea diagnóstica, de manera que nos permita poder discriminar una u otra situación y nos posibilite tener capacidad para diferenciar cuándo el paciente cuenta con los recursos necesarios para contenerse durante el proceso terapéutico o cuando precisa, por ejemplo, de medicación para poder contener lo que él solo no puede. Así mismo, el establecimiento de hipótesis diagnósticas abiertas y flexibles no resulta contradictorio, sino necesario, en la consideración de los procesos terapéuticos como procesos dinámicos, donde cada individuo, lejos de constreñirse a condiciones inalterables de su existencia, va descubriéndose en sus múltiples potencialidades. Ha de importarnos, de manera especial y prioritaria, la dinámica con que cada persona establece contacto consigo misma y con su entorno, así como escudriñar los modos en que interrumpe una regulación saludable de sí mismo como organismo vivo. El diagnóstico nos posibilitará tomar en cuenta a la persona en su globalidad y poder elegir las propuestas terapéuticas que nos resulten más adecuadas en cada momento y que promuevan el restablecimiento de la salud.
En este sentido podemos observar que, si bien el diagnóstico nos permite discriminar, el pronóstico no está en función del diagnóstico, sino de la propia dinámica personal en el transcurrir de la terapia.
En la aventura del proceso terapéutico nos sumergimos en una búsqueda creativa para ampliar el horizonte de qué y quiénes somos y cómo nos manifestamos, para restablecer el flujo energético que nos permitirá conectar con la alegría de vivir y el bienestar.