El presentador del informativo asegura que España ha ganado a Chile, y yo que acabo de encender la tele, me pregunto por cuántos goles, 1-0, 7-5, 2-1…????. Durante algunos minutos sigue informando sobre el partido y manifiesta su alegría porque la selección española podría jugar la Final, reitera que ha ganado, y yo pregunto ¿pero por cuántos goles?… Para mi frustración, el presentador no me oye, ni me ve; claro, eso no es posible, pero lo que sí podría hacer es ponerse en el lugar de los telespectadores que no han visto el partido y recurren al noticiario para informarse ¿no?.
Y yo, como “el principito” de Saint-Exupery, que no renuncia a una pregunta una vez formulada, y dado que el presentador sigue sin poder escucharme, trato de contestarme a mí misma. Si lo hago desde mi lado más paranoico, me respondería que tal vez se trate de una táctica punitiva para que estemos todo el rato viendo la tele; en cambio, si me pongo más comprensiva diría ¡bah, no tiene importancia, se le habrá pasado!. Pero inevitablemente lo que me digo (tal vez por deformación profesional) es que se trata de ausencia de empatía.
Para empatizar no es necesario ver ni oír, se puede estar cerca de alguien y sentirse distante y ajeno. Empatizar es sentir dentro lo que está viviendo otro ser y sintonizar emocionalmente con él, no sólo para poder ponernos en su lugar, sino para volver a ocupar el nuestro, ese que los adultos tendemos a olvidar, el que nos reclama el corazón si nos paramos a sentirlo, el que nos pide el cuerpo si nos paramos a escucharlo. Y volviendo a “El Principito”: “Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos…Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla”.
Una sabia recomendación la del zorro. Ver con la mirada del corazón nos permite conmovernos con la belleza del otro porque somos capaces de reconocer la nuestra, o con sus miserias porque son parecidas a las propias, ya que todos estamos hechos de la misma “pasta”, o con el dolor ajeno porque conocemos el dolor aunque no nos esté atravesando en ese momento.
Empatizar nos humaniza y nos cura, en realidad tiene que ver más con uno mismo que con el otro; al igual que en psicoterapia, lo que le ocurre a la otra persona no es ajeno a lo mío aunque en la forma sea distinto, empatizar supone ir más allá de las palabras, resonar con el otro, dejarse afectar por la energía que se moviliza, escuchar con todo el cuerpo y dejar que
él nos guíe, pues en la medida que podamos hacerlo nos vamos a ir curando.