Los términos melancolía y depresión, y los con ellos emparentados, se han venido refiriendo durante más de dos milenios a toda una serie de diferentes estados de aflicción que no respondían a estados mentales corrientes. Unas veces reconocidos como entidad clínica y otros no, en general, han hecho referencia a un amplio aspecto de trastornos y variaciones emocionales, que reflejaba el fondo último del ser humano, mayor que el recubierto por el término enfermedad.
El término depresión ha entrado relativamente tarde en la terminología de los estados de aflicción. Entra en uso con el inglés durante el siglo XVII, pero fue realmente en el siglo XVIII cuando el vocablo comenzó a encontrar su lugar en las discusiones acerca de la melancolía, principalmente con los escritos de Samuel Johnson.
De entrada podemos plantear la depresión como la demanda de alguien que sufre.
Partiendo de esta demanda, vamos a intentar desarrollar un breve paralelismo entre la clínica psiquiátrica y la psicoanalítica en su relación con la depresión.
En psiquiatría el término «Depresión» implica al menos tres significados, puede referirse a un síntoma, aun síndrome y también a una entidad nosológica.
El elemento sintomático elemental es un aspecto fenomenológico caracterizado por un trastorno, un descenso del humor que termina siendo triste. Alrededor de este síntoma se agrupan otros que han podido justificar la descripción del síndrome e incluso de la entidad patológica.
Se encuentran añadidos a los trastornos del humor, otros fenómenos como la inhibición y el dolor moral.
Este conjunto de síntomas dan como resultado lo que se conoce como depresión o estado depresivo. La crisis de melancolía y sus formas múltiples, constituyen el cuadro más típico de la depresión. De esta manera, desde la psiquiatría se entiende el cuadro clínico de la depresión como una entidad nosológica propia y con estatuto de enfermedad.
Desde el discurso psicoanalítico, la depresión no es un síntoma, no tiene el estatuto de síntoma analítico propiamente dicho. Para el psicoanálisis, el síntoma no es únicamente el sufrimiento de un sujeto. Un síntoma implica algo más, necesita un mínimo reconocimiento por parte del sujeto de que en ese sufrimiento, en esas cuestiones que no marchan bien se articula algún enigma, alguna pregunta, algún mensaje que merece ser descifrado y que atañe a la verdad más particular de uno mismo. Un síntoma sólo lo es verdaderamente cuando es interpretable.
Desde la psiquiatría, se intenta dar un tratamiento que dé respuestas inmediatas a la demanda del enfermo que sufre. Desde el psicoanálisis se trata de ir más allá de esta demanda.
La psiquiatría responde de forma rápida y con criterios de eficacia, a la demanda de curación producida por el síntoma o por la afectación de un sujeto. El psicoanálisis aparece como el reverso de esta posición.
La psiquiatría certifica el estado de un sujeto que sufre, es decir, refuerza una identificación a una palabra que le dé cobijo, deprimido, asegurándole una posición de malestar confortable que le cierra la pregunta por la causa de su afectación.
En psicoanálisis, se intenta ir más allá de la afectación para indagar sobre la causa que particulariza al sujeto.
El ordenamiento clínico llevado a cabo por la psiquiatría y guiado por el discurso médico, reconoce los síntomas y los fenómenos psicopatológicos como la expresión de la enfermedad y del trastorno, pero parece no estar tan interesado en conocer en ellos al sujeto que los produce.
La clínica psiquiátrica ha perdido la riqueza descriptiva y la frescura de la observación a lo largo de este siglo, empeñándose cada vez más en lograr una objetivación de los fenómenos psíquicos y de las conductas según el dictado del modelo de la ciencia cuya aspiración es la búsqueda de un saber universalizante y totalizador. Este proceso es conducido a una cierta culminación con el DSM – IV, excelente manual estadístico que proporciona el casillero más aceptable o más tranquilizador para todos.
En contraste con esta evolución de la clínica psiquiátrica, en la clínica psicoanalítica no existe una estructura depresiva, pero sí un humor depresivo que es posible situar, según su carácter, en relación a la psicosis, la neurosis y la perversión.