No sé como el color del patio de mi casa llegó a ser azul, pero ahora me alegro. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino ha muerto, con sus 84 años en su casa del olivo como él la llamaba, el sueño que él se marco para vivir sus días, una pequeña casita en Castro del Río un pueblecito de Córdoba, con un olivo natural en el patio central, su sueño de toda la vida y lo llevó a cabo.
A él y a sus libros le debo parte de mi formación en psiquiatría. Perteneciente a esa generación de psiquiatras de los años 40 que lucharon por darle un espacio digno al enfermo mental y también a la psi-coterapia en psiquiatría. Y hoy, después de años de tinta, ahí seguimos, trabajando para que los fármacos cumplan una función necesaria, pero que no tapen lo nuclear de lo que nos pasa cuando enfermamos.
Los más suspicaces pensarán que ya estamos hace años en una sociedad permisiva y progresista, es cierto también, ya no es “tiempo de silencio” como escribió Martín-Santos, pero el silencio que llevamos impuesto desde pequeños, ya en la primera respiración al nacer, es a veces tan aplastante que no va a la par de la supuesta sociedad. Silencio del dolor, silencio de la culpa, silencio de la pérdida, silencio de la rabia, silencios.
Después del silencio debe venir encontrase con uno mismo, aceptar y comprenderse. Antonio Ramos, tiene Esquizofrenia, y ha escrito un libro sin desperdicio “Diario de una enfermedad mental”, donde dice “el hecho de ocultar la enfermedad mental es algo que nos perjudica, sin duda a todo el colectivo…” “¿O es que las personas con enfermedad mental vamos a vivir toda la vida ocultando nuestra característica especial?”
Yo sigo insistiendo que simplemente levantarse cada día y enfrentarse a ese reto de ser uno mismo y pisar tierra firme delante de los compañeros, amigos, padres etc, es un reto digno de un luchador. Para tres días que uno se siente el rey del mambo, el resto anda cansado y con su lucha particular y está claro, que cada uno tiene varios frentes abiertos.
El mito de Narciso tiene un final trágico, el amor abismal a la imagen y a la belleza, tiene el precio de las canas. Narciso no perdona ver en el espejo las arrugas del tiempo. El amor a uno mismo es la primera piedra de la madurez y esta me voy dando cuenta no es algo que viene con las canas, creo que viene con cada pensamiento íntimo, cada reflexión, la actitud ante los problemas, cada paso hacia delante poco a poco; hay que sentarse mucho con uno mismo y mirarse.
Hay que mirarse a la cara y decirse las verdades. Es un trabajo muy costoso y doloroso, tan doloroso que hay quien no se mira casi nada y prefiere que sea la vida la que le marque el supuesto destino. Pues será que el destino lo hace uno cada día, cada segundo, mirando despacio al enemigo de frente, a la enfermedad, al miedo, a la vergüenza, a la culpa, a los preju-cios, a la envidia, hay muchos enemigos claro. El ser más auténtico y maduro implica no callarse, necesita de la palabra hacia nosotros mismos y a veces, hacia los otros. Desayunar mirando mi patio azul me deja pensar, me deja sentir, me deja ser auténticamente azul… al menos por un rato.