El Libro de la Vida dice que lo prometido es deuda ” y puesto que prometimos hablar de la progresión onírica, hoy es una buena ocasión para saldar viejas deudas, explicitas o no.
Hace ahora cien años, en la cornisa del siglo XX, Freud publicó “La interpretación de los sueños”, y me voy a permitir citarla en su versión original, la Traumdeutung, no por erudición ni otros mocos de moda, sino porque es una palabra hermosa y rotunda y la quiero compartir con ustedes. Decir que ese texto hace borrón y cuenta nueva en la historia del pensamiento podría sonar presuntuoso si no fuera cierto, y es que no se trata de liquidar viejas cuentas como de abrir otras líneas de crédito.
Un siglo después y en la cornisa del XXI, el crédito de Freud está lo suficientemente contrastado y denotado para resultarle a nadie indiferente y sin embargo, sembrados de Traumdeutung, sus consecuencias son masivamente ignoradas. Si quiere comprobarlo sólo tiene que acercarse a su librería favorita y consultar cualquiera de los abundantes diccionarios sobre sueños y otros tochos más o menos esotéricos compañeros de anaquel. A este respecto estamos como en los tiempos de los Hititas, dime qué has soñado y te diré de qué te debes guardar, con quién te debes casar o cuando te es propicio salir a pescar el calamar.
¿Paparruchadas?, bueno tengamos perspectiva histórica y digamos que pura y rancia mántica avalada por seis mil años de praxis documentada, (las pirámides nos contemplan), y la cosa no declina. Y es que esto del progreso es asunto de mucho intríngulis, porque si bien es cierto que la ciencia avanza que es una barbaridad, la realidad es que entre la bruja asada en la hoguera y el último hispano achicharrado en la silla eléctrica la diferencia es sólo cuestión de matices porque el olor a carne que queda en el aire es el mismo.
Así que entremos en materia. Los sueños son el pariente pobre del pensamiento, o más precisos aún, el pariente loco de la razón. Para la psicología científica, mera chatarra mental, el aceite que gotea la máquina cuando está apagada, residuo molesto, inevitable charquito sucio y mudo. Y llega Freus y les da la voz, o mejor, nos da las claves para escuchar lo que parecía ruído y resulta melodía, nos enciende una luz de sentido en el sin sentido y nos desvela todo un ámbito propio que nos es ajeno: lo inconsciente. Podemos decir que ahí nace el psicoanálisis y lo demás ya es historia, variopinta por demás, con sus cimas y sus frutos, sobre todo sus frutos, empedrados de cal y arena y tan rebeldes a la homologación como hasta ahora los mismo sueños.
Porque llama poderosamente la atención que la semilla que siembre Freud en la Traumdeutung y que va a dar lugar a ingentes desarrollos teóricos a lo largo de su obra durante cuarenta años como en sus discípulos y seguidores posteriores, en lo que respecta a los sueños es como si hubiera quedado cristalizada e inalterable en esencia con el perfil exacto con el que vio la luz, pese a sus diversas revisiones.
La tesis freudiana fundamental es que los sueños son una realización de deseos, o más rigurosamente, un intento de realización del deseo infantil inconsciente.
Hoy día después de que Lacan distinguiera entre deseo y goce, podemos decir que el motor del sueño es un empeje al goce, pero sería un desperdicio a la par que un error considerar los sueños como simples “gozadas” o gocerías. Es decir, habría que plantearse si la función del sueño es de mero exutorio del goce enmascarado, con el inri de la nocturnidad y la alevosía, o si por el contrario alberga otras tareas de más enjundia.
Después de bastantes años de toma y daca y de daca y toma, cenitas con Rioja y madrugadas sin reloj con mi querido colega Ignacio Ruiz, llegamos a la firme conclusión de que haberlas haylas y que habría que plantearlas. Él acaba de escribir un libro donde emprende esa laboriosa tarea y expone de forma ejemplar el pasado, el presente y, lo que es más importante, abre una ruta de futuro por donde la ciencia de los sueños puede y debe avanzar. Se titula “Progresión Onírica y Análisis Estructural de los Sueños”, y a los interesados en el tema se lo recomiendo con fruición. (http://terra.es/personal2/r.lafita/)
Diremos, enlazando con lo que apuntábamos en “¿Aquí y Ahora versus Allí y Entonces?”, que los sueños tienen un valor brujular insustituible en tanto que retratan con precisión la posición subjetiva del soñante respecto a la estrella polar de la Castración. Para ello habrá que delimitar los elementos cardinales que como puntos de referencia nos orientarán en el mapa de nuestro psiquismo. Este es un trabajo apasionante que excede el ámbito de estas páginas pero que se haya desarrollado con claridad meridiana en el texto de Ruiz.
Si lo que nos enferma es la indómita nostalgia del goce, legendario tesoro desde siempre hundido, que con sus cantos de sirena nos arrastra como tentáculos fatales a ser engullidos por lo hondo, el trabajo de análisis será un extenuante proceso de desasimiento y renuncia por el acatamiento de esa inscripción sostenida en una boya que dice “PROHIBIDO REFLOTAR TESOROS HUNDIDOS”. Los sueños nos darán fiel testimonio de tan arduo aprendizaje siendo no sólo testigos del mismo sino mediadores, ya que cumplen una función de simbolización. Y es aquí donde hay que distinguir dos acepciones o dos modalidades posibles en esa operación: La tradicional, entendida como meramente representativa, es decir, como imaginarización, y la transformativa o propiamente simbólica, causa-efecto de la internalización de la Ley.
Simplificando al máximo, espacio obliga, y en términos binarios, podríamos distinguir dos tipos de sueños, los placenteros y los displacenteros, (siempre quedará la franja inevitable de los indecisos), y llevando esta división al extremo, facultad característica de lo onírico, nos encontraremos con los sueños maravillosos y los sueños de pesadilla. Sirvan de ilustración de los primeros aquellos sueños en los que de la forma más natural vamos y volamos, “¡qué guay!, con lo fácil que es, ¿¡ cómo no se me había ocurrido antes!?”, haciendo uso de tan prodigiosa facultad en las situaciones más peregrinas. Y de los segundos, aquellos típicos sueños de caída a un abismo sin fin,…iii Socooorroooooo!ll, Mamáááááá!ll, dónde nunca llega el paf! consumatono pues antes despertamos. Cuando no se dan como dos secuencias sucesivas en el mismo sueño, expresión manifiesta de la lógica interna que los preside. Me explico. Volar es para los pájaros, que decía el poeta, y de momento, a parte de Superman, Peter Pan y toda esa cuadrilla de personajes afectados por el síndrome de la insoportable levedad del ser, el resto de los humanos somos básicamente pedestres y lo de volar no deja de ser un viejo anhelo imposible. Pero claro, como en sueños “todo es posible”, cortesía del Proceso Primario que los gobierna, pues ala!, a volar, que son dos días!.
Todo es posible es la contraseña secreta del Goce y ya se sabe que el Goce aunque parezca un chollo es algo muy chungo y el sujeto, por pura homeostasis, de una u otra manera pide a gritos algo que le ponga freno, bien sea el síntoma, o el delirio, o como en este caso, la pesadilla. Así que, ¿no querías cielo?, pues toma!, Infierno!, y dos tazas. Y es que como decía aquella canción, “What goes up, must go down”. O dicho en cristiano, “dime cuánto vuelas y te diré cuando te estrellas”.
Si consideramos el análisis como un proceso de barramiento del Goce y una progresiva asunción de la castración, (reconocimiento y aceptación del limite y de la falta frente a pretendidas omnipotencias y completudes de bolsillo: No todo es posible), a lo largo de su curso podremos observar como el analizante en sus sueños irá cada vez volando peor y/o volando menos, al tiempo que menguarán sus vértigos y sus persecuciones. Esa correlación entre progresión onírica y clínica es diáfana a poco que se considere atenderla, y nada más didáctico que rastrearla en una serie concreta como es el caso de los sueños de volar que venimos viendo o cualquier otra, verbigracia, los sueños de toros, verdadero dream team en nuestra cultura, los sueños de guerra, o el no menos clásico tema de los sueños de caída de dientes, paradigma de la angustía más perra. Cada soñante va a tener personalizadas sus series favoritas que serán el escenario donde se jugará la procelosa e insidiosa batalla de su transformación subjetiva, pero sea cual fuere el guión de turno hay una constante que se virtualiza: conforme uno va asumiendo el limite y deja de saltárselo, el perseguidor se transfigura, la amenaza cede y la angustia se disipa.
Dice el Libro de la Vida que “quien no corre vuela”, y dice bien, aunque yo siempre apostillo: “poco a poco”, pero el día en que después de muchos aterrizajes forzosos, entre otras cosas más o menos aleatorias Mariano nos refiera un sueño donde sin atisbo de alas pero armado de paciencia se vea haciendo cola en el peaje de la Autopista del Mar, habrá que empezar a considerar que se avecina el momento de que continúe el viaje por su cuenta y riesgo rumbo hacia un horizonte por lo demás siempre teñido de esa borrosídad propia de lo incierto. O no.