A la gente no le gusta que le enseñen.
A la gente le gusta aprender.
Hace ya algún año, durante una entrevista con una persona joven con la que hablaba acerca de su dificultad para abrirse emocionalmente, relacionarse y disfrutar, me dijo: “tengo mucho miedo a la muerte-nada; por eso he elegido vivir menos, para así morir menos”.
No hice ningún comentario, ni me lo pidió. Lo que yo sentí fue que llegar a la muerte con las manos medio vacías de vida, debe ser muy triste; debe crear un anhelo incontenible de desear haber vivido más en la vida. Imagino que este anhelo puede que se manifieste como un gran apego a la vida en el momento final y culminante de ella. En ese momento en que debe darse la ocasión de paladearla toda de una vez. Imagino que este apego dificultará el tránsito, restándole gozo y añadiendo sufrimiento al hecho cierto de tener que soltar, y de que nos suelten.
Al correr del tiempo, esta persona reconoció que su sistema para “vivir menos” había consistido en poner todo su esfuerzo en no querer ser como era. De este modo, estando en guerra contra lo que no le gustaba de sí mismo, generando ansiedad, culpa, sentimientos de abandono, de descalificación, etc…, como daños directos de estas batallas, se entretenía y daba cierto sentido a su vida a costa de sufrirla; con esta actitud “no perdía vida, sólo sufrimiento”.
Sin ser muy conscientes y sin saber muy bien por qué, generalmente ponemos demasiado esfuerzo en no querer ser como no tenemos más remedio que ser, porque así ha sido la historia de nuestra vida. Esta falta de aceptación, ocasiona la mayor parte de nuestros sufrimientos. Distraemos la atención del hecho de que la vida esta llena de dicha y disfrute; más aún, distraemos nuestra atención del hecho de que a lo largo de la vida de cada uno hay más momentos de disfrute, relajación y placer, que de sufrimiento.
Nos criticamos, nos ponemos prejuicios y se los ponemos a la vida: “Yo y mi vida tenemos que ser como…”. De este modo poco disfrutamos de nuestra vida real. No tenemos ni la energía ni el hábito necesarios para permitir que nuestras experiencias vitales se desarrollen con plena consciencia en el aquí y el ahora, dejándonos nutrir por ellas. Les ponemos dificultades con nuestras “pensamientos sobre…”. Prejuicios y comparaciones; al fin y al cabo fantasías más o menos locas para distraernos de nosotros mismos. Del hecho obvio, oculto de puro obvio, de que es nuestra interacción con la vida lo que de ella nos nutre.
Es esta una actitud inconsciente, compulsiva y generalizada que nos mantiene alejados y distraídos de nuestro ser original. Alienados del origen y del ser, es complicado disfrutar de la vida. A pesar de que las cosas son así, y muy a pesar nuestro, nos mantenemos con el esfuerzo (y el sufrimiento) puesto en seguir viviendo para “ser como aprendimos que debíamos ser”. A esta compulsión la llamo la rueda del hámster.
Para dejar discurrir la vida con verdadero disfrute, para acercarnos al gozo de ser, es necesario salir de esta inercia. Pero lo que hemos aprendido no es posible disolverlo tratando de que alguien nos enseñe a ser de otra manera. Es necesario que cada uno volvamos a aprender y aprehender de nuestra vida. Pero ahora, ya más consciente, con la intención de poner la atención en quién soy, no en cómo soy yo.
Es necesario propiciar un cambio en el conocimiento y en el sentimiento que tenemos de nosotros mismos para poder llegar a la convicción de que la vida nos proporciona sostén. Sin embargo, no puede haber cambio si no hay experiencias correctoras, experiencias sanadoras que ayuden a airear los dolores y disolver los juicios, prejuicios, resentimientos, quejas, rencores…, que tenemos grabados rígidamente en nuestro organismo, sobre todo en nuestro intelecto.
Las experiencias correctoras que necesitamos para reaprender de nuestras vidas están al alcance de la mano; en cada momento del presente. Bastaría, casi, con ir variando el punto de atención, no tomándonos tan en cuenta, (aun siéndolo, nadie somos el centro del Universo). No poniendo tanta energía en cómo nos pensamos y nos piensan, podremos dirigir la atención al momento presente para poner la consciencia en cómo nos sentimos: sensarnos, sentirnos, experimentarnos, en vez de pensarnos.
Poner la atención consciente en cómo nos sentimos ampliamente. No solamente en las sensaciones y sentimientos que rechazamos, – a los que responsabilizamos vanamente de nuestros sufrimientos -, sino y sobre todo en las sensaciones y sentimientos que sí valoramos; en las situaciones donde sí nos reconocemos disfrutando. Valorar como fuente de vida las experiencias que sabemos que nos nutren y nos ayudan a crecer como seres humanos, aunque pensemos que “no está bien disfrutar tanto”.
Ambos sentimientos -placer y displacer- conviven en el mismo instante del aquí y ahora, pues no existe otra realidad más que la que uno esta viviendo en cada momento. Así las cosas, resulta bastante claro que, de una manera decisiva, todo depende de donde pongamos la energía de nuestra atención. O dicho con otras palabras: la sensación que recibimos de nuestras vidas depende, en gran parte, de elegir a qué vivencias le damos más importancia de entre las muchas experiencias que nos ocurren cada día.
La mayor parte de las vivencias diarias son agradables o neutras, raramente displacenteras. Sin embargo, parece que atraen especialmente nuestra atención, y se fijan más persistentemente en la memoria, aquellas que originan u originaron displacer, que, mire usted por dónde, generalmente coinciden con las que no cumplieron o cumplen con nuestras fantaseadas expectativas. Como en los medios de comunicación, lo dramático vende, atrapa y da poder para atemorizar.
Aunque no tengamos plena consciencia del sistema de vida en el que estamos inmersos, lo cierto es que nuestras capacidades para tener un pensamiento crítico; para ser libres y poder elegir tomar el riesgo de lo nuevo frente a lo acomodaticio; para tener la osadía de pensar por uno mismo frente al eslogan vendido, están siendo cada vez más obnubiladas y oprimidas. En esta época esta siendo verdaderamente difícil ser libre y poder elegir nuestra vida. Aun así, no podemos permitir que se vaya drenando nuestra Humanidad en el sumidero de un sistema de palabrería manipuladora
y hueca.
Frente al sistema del miedo, la Vida continua siendo benevolente y protectora. Su naturaleza es fluir con la Realidad creando más vida desde el mayor bienestar posible. La naturaleza de la Vida es, pues, expandirse y disfrutar de sí misma, incluso aunque se le ponga obstáculos. Abrirnos a la idea de que cada uno de nosotros somos la Vida, es el pórtico de la Paz. El camino discurre a través del aprendizaje desde la propia experiencia en el dejarse fluir, sin apegarnos a lo que nos
gustaría ni rechazar lo que no nos gustaría. Aprender de cada vida que la Vida en sí, es acogedora, amorosa e impermanente.
Cuando nos vamos abriendo a la vida y dejándonos fluir con ella, la Vida nos atraviesa, nos limpia y nos despierta a la vivencia corporal, emocional, intelectual y espiritual de que podemos generar Esperanza; y, quizás de repente, descubrimos asombrados que siempre ha estado en nuestra naturaleza, y sentimos que la Realidad está ahí precisamente para apoyarnos y sostenernos.
Descubrimos también que tenemos Fe –más o menos enjaulada-. Nos damos cuenta de que siendo una expresión más de vida, tenemos la innata capacidad, y la necesidad, de dejarnos fuir con ella; de hacer mi vida a mi manera, de cometer mis errores y aprender de ellos. Que no es necesario cumplir el mandato de cómo se debe ser o hacer. Que podemos estar aquí sin buscar el aplauso o temer la censura.
Este dejarse fluir es, sobre todo, disfrute de nuestra vida. Disfrute del solo hecho de conocer que aquí estamos, que sí podemos y que sí somos insustituibles para la Vida, de ahí que su naturaleza, -y nuestra responsabilidad-, sea cuidarnos mutuamente.
¡Dejémonos en paz, no nos lo pongamos difícil! Utilicemos la intención de nuestro esfuerzo para desarrollar y mantener la atención consciente en el sentimiento que nos proporciona la vida en el presente. Viviremos, y viviremos mejor, podremos conocernos y conocer, y desde el conocimiento tendremos un pensamiento crítico y creativo ante tanto lema y eslogan alienante, manipulador, vacío de contenido humanista. Podemos ser libres y elegir.
Si es necesario busquemos ayuda en personas que nos faciliten aprender, que nos apoyen para ir disolviendo las trabas que nos impiden dejarnos estar y aprender de nuestra propia experiencia. Aprehender nuestra experiencia y compartirla, hacerla real, ya que es al tiempo única y común.
No nos ayudarán mucho quienes pretendan enseñarnos cómo debemos vivir nuestras vidas o cual es el camino correcto. El camino correcto siempre pasa por el corazón de cada persona.
Confiemos en la intrínseca bondad de la Vida, de la Realidad y del Ser Humano, aunque a veces sus expresiones adopten una forma dolorosa e incomprensible; incluso aterradora. Esta comprensión está más allá de nuestra capacidad de pensamiento lógico. No obstante, como no somos sólo pensamiento lógico, si observamos y sentimos ampliamente la realidad de la vida, no este o aquel detalle, no tenemos más remedio que aceptar que la Vida y la Realidad son bondadosas.
Nosotros, cada uno de nosotros, existimos no como una parte de la Vida, sino que somos la propia expresión de Sí Misma: En la Vida, entre yo, el otro (lo demás) y la Divinidad no hay separación real ninguna.