La comunicación es el hecho humano por excelencia, la manera de poner en juego lo que necesitamos, queremos, sentimos… Pero esto que parece tan fácil se complica porque nuestro diálogo interno formado por las creencias, valores, juicios, etc, interfiere una y otra vez antes de que las palabras salgan por nuestra boca. A propósito de esto, recuerdo un chiste antiguo que escenifica a la perfección esta dificultad:
“Un comerciante viajaba de noche por una carretera oscura y solitaria. De pronto siente un golpe y el coche empieza a descontrolarse, —¡Dios mío!, ¿qué ha pasado? Para, baja del vehículo y se da cuenta que ha pinchado una rueda. —Pues ahora si que la hemos hecho buena, aquí no hay ni un alma. Mira a su alrededor y no ve nada, aguza la vista y a su derecha muy, muy lejos atisba un punto de luz… —¡Menos mal! ¡Una casa!, seguro que tendrán herramientas para arreglar el coche o al menos un gato para cambiar la rueda; viviendo como viven tan alejados de la población, estarán preparados para cualquier eventualidad. Se abriga bien, coge una pequeña linterna que tiene en el coche y comienza a caminar en dirección a la luz, mientras va absorto en sus pensamientos —Seguro que será buena gente y no creo que les importe que les despierte, estarán acostumbrados a ayudar porque viviendo donde viven seguro que comprenden lo que me ha pasado, total me dejan el gato, cambio la rueda y les doy las gracias. Y continua caminando, caminando hacia la luz que ahora ve más cerca y comprueba que viene de una gran casa; sin embargo se va poniendo algo nervioso e intranquilo porque sus pensamientos siguen golpeando en su cabeza —¿Y si son personas poco sociables?, aquí en el campo y tan alejados, uff, no sé yo
bueno de todas formas solo le voy a pedir un favor, no creo que se nieguen, me
dejan el gato, cambio la rueda y les doy las gracias. Venga hombre, tranquilo que todo saldrá bien
.
El camino se está haciendo larguísimo, ve la luz bastante más cerca pero sigue rumiando —No se yo, esta gente! mira que venirse a vivir a un sitio tan alejado
seguro que tienen mal carácter y que me reciben con hostilidad;
pero qué le voy a hacer, ¡no tengo más remedio! Su grado de nerviosismo va aumentando considerablemente y también sus pensamientos negativos. De pronto se encuentra a tan solo 20 metros de la casa; con ímpetu y casi corriendo llega al quicio de la puerta, la golpea violentamente, la puerta se abre lentamente y, detrás de ella, un señor con cara somnolienta y nuestro viajante le espeta —¿Sabe lo que le digo?, ¡que se meta el gato donde le quepa!”.
Como el chiste, nos indica cada uno de nosotros somos dueños de nuestro dialogo interno, “Darnos cuenta” de nuestras concretas interferencias a la hora de comunicarnos es una tarea que solo camina en una dirección: Comprendernos. No es fácil, pero merece la pena.