Los humanos estamos unidos por redes vinculares significativas, como cordones umbilicales múltiples por los que discurren un sin fin de experiencias, no siempre nutritivas para nuestro ser. Experiencias estas, que por comprometidas, difíciles, dolorosas y desagradables para la propia imagen y el status construido, a veces quedan negadas, tapadas, disimuladas y ocultas en el fondo del saco.
Aunque… da igual… de alguna manera por sutil que sea, estas huellas reclaman su lugar, así como la basura reclama su reciclado. La persona queda en un equilibrio tan rígido como inestable, lejos de sí misma y la mayor parte de las veces cautiva del “tener que ser más”…, “tener que tener… “, de las expectativas y deseos ajenos, de las exigencias impuestas desde fuera y aceptadas como propias, alejando al ser humano de lo que le es más cercano y evidente: su humanidad. A veces lo más sencillo y cercano nos resulta muy difícil y lo más evidente lo que más nos cuesta ver, aceptar y comprender.
De las contradicciones entre lo que siento y muestro, opino y manifiesto, necesito y no reclamo, deseo y niego, surge la angustia, como indicador de los cortocircuitos, la presión y el conflicto íntimo en que la persona se encuentra sometida. Hay muchas personas acostumbradas a pseudo-vivir de este modo y que un momento de crisis les invita a preguntarse sobre el sentido de su vida, relaciones y realizaciones.
Así los tiempos de crisis pueden transformarse en tiempos de cosecha, y esto depende en buena parte de la disposición y confianza que ponemos en lo que nuestro organismo completo quiere decirnos. Así, muchas personas acuden a psicoterapia preguntándose y buscando los motivos verdaderos de su malestar vital. Malestar este que puede ir presentando diferentes caras según la personalidad y el momento de vida de quien lo sufre. Ya sea en forma de disfunciones orgánicas, dolores corporales, sorprendentes crisis de angustia, de pánico, las tan frecuentes crisis depresivas en que la tristeza, el vacío y la pérdida de sentido ganan terreno a la vida. Cuando esa persona motivada por su necesidad de equilibrio organísmico se pregunta, sobre sus heridas, necesidades y deseos, comprometida consigo a cara descubierta, dispuesta para aceptar las respuestas que su propia verdad le proporciona, se va apropiando de una satisfacción verdadera, no comparable a los variopintos éxitos externos, medidos por el orden social al uso. El éxito en este caso significa la recuperación de una parte importante de sí misma: la consciencia en el ser autor a la vez que actor de la propia historia.