Vivimos un periodo complicado para el Humanismo. Ahora, más que antes, pareciera que el poseer le va ganando la partida al Ser, a la vez que el ansia de poder y el miedo hacen estragos allá por donde pasan; lo peligroso de esto es que llegan a todas partes.
A la vez, es un momento de gloria para la ciencia y la tecnología. El problema aparece cuando este desarrollo invita a muchos a retar a la propia Naturaleza. Esto sí me parece grave; podríamos llegar a creer, incluso, que puede ser superada. Pretendemos conquistarla en lugar de intentar mirarnos en ella, olvidando que somos un precioso reflejo suyo.
La naturaleza sigue sus propias leyes. Se actualiza permanentemente en cambio constante, es benefactora y generosa y a pesar de que ocasionalmente irrumpa de forma violenta sin mucho preaviso, sigue continuamente fiel en su función creativa de vida. Fijémonos en el agua. Sin ella es imposible la vida, pero ¿qué pasa cuando no respetamos su discurrir natural?. Todos hemos sido testigos, de un modo más o menos directo, de la catástrofe que se origina. Algo parecido nos sucede cuando despreciamos y damos la espalda a la sabiduría natural. Sabiduría que nos proporciona el cuerpo a través de los sentidos, permitiendo que sea la cabeza en exclusiva la que tome el mando.
Poco a poco vamos sufriendo una metamorfosis robótica y acabamos interpretando la realidad de acuerdo a unos códigos importados que poco o nada tienen que ver con nuestras necesidades vitales. De esta manera podemos olvidar o, incluso, desconocer aquello que nos es más armónico y que nos va bien a un nivel más profundo. Así, corremos el riesgo de orientarnos hacia la satisfacción en la vida marcándonos objetivos equivocados. Creo que hace falta una buena dosis de coraje para atreverse a Ser en este mundo desarrollado en que el amor y la confianza en uno mismo, en lugar de ser un bien común y la plataforma base desde la cual desplegarnos como seres libres, han quedado como un reto a conseguir.
Tenemos las herramientas contenidas en nuestro propio organismo que nos marcan la vía, nos dan la explicación, la respuesta y la solución. Bastaría con escucharlo. Solo que, para que esta escucha quede libre de contaminantes, conviene afinar los sentidos, afilar la atención, respetar los sentimientos, relajar el entendimiento y confiar en la experiencia nueva que nos acerca más a nuestro modo natural de Ser.
De lo que se trata, al final, es de vivir favoreciendo creativamente la vida. De ahí surgen las más bellas posibilidades.