Hace pocos días estuve en un lugar, un lugar con pinos, algarrobos, olivos y algunos viejos almendros a los que les llegó el tiempo de secarse, dejando en ofrenda sus secas ramas al fuego de un antiguo hogar. También hay romero, tomillo, pitas, atochas, carrascas… Olores de monte y vida.
Desde pequeño aprendí a buscar la sazón húmeda en la tierra; lo aprendí de mi padre. Hacíamos pequeños hoyitos mientras, charlando, íbamos de paseo por los bancales de viñas y almendros, después de que alguna lluvia, por ligera que hubiese sido, mojase la tierra. Me quedó esa costumbre hasta el día de hoy.
Recuerdo que yo casi siempre veía buena sazón, y así se lo decía. Su respuesta, la más de las veces, era: no hijo, esta lluvia no ha llegado hasta las raíces, sólo ha servido para refrescar la tierra; en cuanto caliente el sol se evaporara.
Secano. Siempre pendientes de una lluvia a tiempo que la más de las veces no llegaba, o no llegaba la suficiente para una buena sazón.
Ese día, sentado a la sombra de un pino, me puse a escarbar con una rama seca que por allí estaba, por ver si la tierra guardaba sazón después de las pocas lluvias de primavera. Sólo por costumbre.
El sol seguía su camino, siempre de este a oeste, siempre aparentemente el mismo pero cada día distinto. Mi hoyo cada vez más profundo, mi rama seca cada vez más pequeña, gastada del esfuerzo contra la tierra también seca; yo, distraídamente tenaz, encontraba tierra fresca pero no húmeda.
En su caminar el sol se me llevó la sombra del pino y el frescor de la tierra, pero al poco me trajo otra que fue abrigándome de su calor, aun fuerte al inicio del atardecer.
Levanté la vista. Al fondo las colinas limitaban el valle sin ahogar el horizonte. Un valle de tierra seca, pero cuajado de almendros, viñas y algarrobos, que se ofrecía inundándose de esa luz ocre que va tomando el atardecer y que no he visto en ningún otro lugar, o que no me llega al corazón de la misma manera.
¡Para qué más!, sentí. Elegí dejar caer el día tranquilamente.
¿Para qué más?
De regreso a lo cotidiano, miré alrededor y me vino otro sentimiento: ¡para que tanto!
¿Para qué?