Es difícil identificarla y casi todos la ejercemos. Nos confundimos al llamarla por otros nombres. La invocamos cada vez que concedemos al sufrimiento emocional la consideración de valor y, la mayor parte de las veces, sin ninguna conciencia la dirigimos hacia nosotros mismos. Pensemos por ejemplo, en las dificultades que muchas personas presentan a la libre expresión de sus necesidades afectivas más básicas, o la extrema autocrítica de una persona que hace del perfeccionismo su ideal, o de aquellas otras que sufren y permiten las agresiones de otro en nombre de un mal llamado amor, o en el “por tu propio bien” te condeno a ser como no eres. ¿Acaso esto no dificulta, incluso en ocasiones vulnera la más íntima identidad?
Aparte de violencias institucionales, de mundos contra mundos, grupos contra grupos o estados contra estados, que se hace explícita a los ojos de cualquier ciudadano de bien, los terapeutas escuchamos cada día con bastante frecuencia: “Yo no me quiero a mi mismo”….”Si me muriera nada ocurriría”…”Me exijo en modo extremo”….”No soy capaz de disfrutar”….”Se me va el control y estallo contra quien más quiero”. Generalmente estas manifestaciones hacen referencia a estados más o menos crónicos, muy frecuentes entre la población adulta y no tan adulta.
De poco sirve calificarlos de vivencia neurótica, estado ansioso o depresivo, si la persona no conoce o no le ayudamos a conocer cómo está yendo contra sí misma en un derecho y una responsabilidad fundamental, que cualquier ser humano teóricamente reconoce como cuidar la propia vida, aunque esto frecuentemente lo confundimos con conquistas que poco tienen que ver con el verdadero bien-vivir, o al menos sólo indirectamente. Vivimos en la tan traída y llevada “cultura del bienestar”, produciendo en medio de tanta riqueza seres insatisfechos que pierden o no reconocen el valor de su propia existencia. ¿Qué hay detrás del endémico mal de la baja autoestima? ¿Cómo aprende un ser humano a tratarse bien, crear buen contacto y a limitar a sus semejantes cuando la situación lo hace necesario?
Siendo niños con los padres y sus limitaciones hemos topado, y…siendo adultos ya,…. de poco sirve culpar ni siquiera al vecino. Se trata de identificar con la mayor honestidad posible cómo se genera en cada persona y qué consecuencias tiene para sí mismo y para los demás esta vivencia violenta interna, muchas veces vivida como angustia.
Escuchando a mis pacientes, es común que lo identifiquen de este modo: “Es como una masa más o menos viscosa, ni sólida ni líquida, altamente maleable y de color pardusco que….silenciosamente cuando y donde menos te lo esperas se cuela robándote el humor, justificándote el odio, tensándote hasta las entrañas e indicando quien tiene la culpa”. A veces se dirige contra uno mismo y el castigo es violentamente sordo, en forma de remordimientos, obsesiones y sentimientos de culpa. A veces, elige a algún o algunos otros como culpables, entonces, si fallan los controles, puede aparecer en forma de abuso, maltrato explícito, e invasión en la vida del otro; si los controles son demasiado rígidos, la experiencia puede quedar inscrita en forma de hondo resentimiento. ¿Lo reconoces? Podríamos llamarlo violencia…. Puede ser.