Dra. Ana Belén Jiménez Godoy
Universidad de Murcia
Ponencia en VII Encuentros Municipales de Drogodependencias: Cambios en los modelos educativos, familiares y nuevos consumos de drogas
19 y 20 de diciembre del 2005 (Bilbao)
I. Familia reconstituida y nuevos paradigmas
La Antropología, avalada por los estudios etnográficos, no ha dejado de constatar que ninguna sociedad posee un modelo único de familia, sino modelos dominantes que, quizá, pueden representarla. No es el caso, sin embargo, del dominio semántico-cognitivo que circula en los actores sociales. Quizá, en este sentido, si fuese lo contrario, tipos dispares de convivencia, como es en este caso el de la familia reconstituida o recompuesta, dejarían de percibirse en crisis.
En este sentido, resulta fácil advertir que el modelo nuclear se presenta más quebradizo en nuestro tiempo, seguido de inferir esa fragilidad como una inestabilidad, y no es lo mismo inestabilidad que desequilibrio, al igual que no es igual estabilidad y equilibrio, ya que lo equilibrado puede pasar por muchas etapas de inestabilidad. Recurrir a esta reflexión no es respaldar ningún afán por entretenidos juegos de palabras, sino apostar por otro tipo de ansia, más tendente a la reflexión acerca de las creencias que sostienen narrativas que sugieren la crisis de la familia posmoderna y que acuden, a mi juicio, muy ligeramente, a la representatividad de este tipo de familias como signo de dicha crisis.
Lo obvio en nuestro tiempo es que la familia, como apunta Beck (2003), se convierte hoy en una fase de constante transición. Las situaciones, las vivencias, las opciones de vida y la identidad se caracterizan por una significativa alteridad y a ella le sigue la identidad de la familia, que para algunos es resultante de la fragilidad ante los esquemas tradicionales, e insisto, en que, a esta fragilidad entendida subyace el opuesto de equilibrio-inestabilidad, desequilibrio-estabilidad, opuestos que fortalecen la creencia de un equilibrio sin fases de inestabilidad. Ante dicha fragilidad se proponen y se practican estrategias sociales de mantenimiento de la estabilidad familiar o, lo que ella llama “estrategias reductoras de riesgo”, ¿pero a qué riesgo se refiere? Resulta claro que el riesgo es la segregación de la familia nuclear, es decir, riesgo de separación o las secuelas que ello conlleva. Pero dichas estrategias se vierten paradójicas, ya que, por una parte, reducen el riesgo de los traumas consiguientes y por otra, impiden formar la anterior estructura. Es así como Elisabeth Beck propone la idea de que las prácticas actuales como: el matrimonio a prueba; la decisión de tener menos hijos y no hacer inversiones económicas comunes, pueden reducir el riesgo de secuelas psicológicas en la fase postdivorcio, a la vez que también, fomentar el debilitamiento de la identidad de la familia nuclear o la estabilidad de la pareja. Es quizá la posición de la familia nuclear bajo sospecha lo que lleva a realizar prácticas de este tipo, un cierto miedo a la disolución, más propio de nuestro tiempo que de antaño, ya que la individualización de las opciones de vida dista de ese apoyo institucional hacia este modelo familiar. La cuestión, aquí, vendría por plantearse si realmente esto es crítico o no, si realmente compensa contar con esas estrategias de riesgo contra los efectos o secuelas de una separación, o bien, seguir la línea de muchos teóricos que se suman al propósito de apostar ciegamente por modelos de familia ideales.
Diversas interpretaciones acerca de las diferentes formas de convivencia tiñen nuestro contexto. Se ha habla hoy de un compromiso de la pareja débil, ya que se mira al matrimonio con recelo, en el sentido de ver la posibilidad del divorcio y de la separación, deduciéndose seguidamente que el compromiso se vuelve débil porque se tiene en cuenta esta posibilidad. Y me planteo en este sentido por qué no se interpreta como una elección más libre, más electiva que, efectivamente, puede llevar a la fragilidad de un modelo no siempre adecuado a todas circunstancias vitales. Estas interpretaciones abusan quizá del término de fragilidad y lo vinculan sin miramientos con el fracaso, cumpliendo entonces con la creencia de la fragilidad de los vínculos como síntoma de fracaso. La fragilidad, como he apuntado con anterioridad, puede decirnos algo más que fracaso, puede advertir una mayor flexibilidad en los vínculos interpersonales y eso, efectivamente, nos puede hablar de síntomas de un progreso en la familia donde la privaticidad de las decisiones íntimas ha llegado a diferenciarse por completo de otras voces, así como un progreso que se permite mirar más allá de los discursos sociales unidireccionales.
La familia recompuesta resulta de aquel sistema que una vez, o más, estuvo formado, en principio, bajo una estructura nuclear y que, nuevamente, surge otro sistema más complejo, origen éste de un nuevo enlace -forma de convivencia o nuevo matrimonio-. La complejidad de este nuevo sistema queda reflejada por las nuevas relaciones paterno-filiales que de él derivan, origen de traer a este sistema uno de los dos cónyuges a hijos de una relación anterior. Las combinaciones que llegan a crearse en este sistema de organización pueden resultar laberínticas y enmarañadas. Dejo constancia en este organigrama de algunas de las combinaciones posibles, sin especificar las causas de la recomposición (divorcio, separación, viudedad).
Variantes de la Familia reconstituida o recompuesta
Padre y Madre con hijos de una antigua relación e hijos comunes que conviven todos con ellos.
Padre y madre con hijos de una antigua relación e hijos comunes que conviven con los comunes y con los de la madre de la antigua relación.
Padre y madre con hijos de una antigua relación y con comunes. Familia en la que conviven los hijos comunes y los de la antigua relación del padre.
Padre y madre con hijos de una antigua relación y comunes. Familia en la que conviven sólo los hijos comunes.
Padre sin hijos de una antigua relación. Madre con hijos de una antigua relación. Familia en la que conviven los hijos comunes.
Padre sin hijos de una antigua relación. Madre con hijos de una antigua relación. Familia en la que conviven con los hijos comunes y con los de la antigua relación.
Madre sin hijos de una antigua relación. Padre con hijos de una antigua relación con los que no convive y con hijos comunes que conviven en la nueva relación.
Madre sin hijos de una antigua relación. Padre con hijos de una antigua relación con los que convive y con los hijos comunes de la nueva relación.
Madre con hijos de una antigua relación. Padre sin hijos de una antigua relación. Nueva familia sin hijos comunes que conviven con los hijos de la madre.
Madre con hijos de una antigua relación. Padre con hijos de una antigua relación. Nueva familia sin hijos comunes que conviven con los hijos de la madre.
Madre con hijos de una antigua relación. Padre con hijos de una antigua relación. Nueva familia sin hijos comunes que conviven con los hijos del padre.
Madre con hijos de una antigua relación. Padre con hijos de una antigua relación. Nueva familia sin hijos comunes que conviven con los hijos del padre y de la madre.
Las interpretaciones a esta realidad de la familia reconstituida, inmersa en un contexto terapéutico, serán en esta intervención acotadas a aquellas familias reconstituidas origen de una separación o divorcio en las que en el nuevo hogar conviven hijos de una antigua relación y donde las relaciones paterno-filiales anteriores no se pierden, sino que aumentan la complejidad de los enlaces que se mezclan en esta forma de convivencia.
II. Renuclearización o reconstrucción de la familia
Es posible que no haya que demostrar las altas tasas de divorcio y separación en España en la actualidad. Puede ser quizá más interesante entrar en la dialéctica de los rasgos socioculturales que se han mantenido alrededor de este fenómeno y de qué modo han ido construyéndolo. Es así como, ante tal aparición, muchos discursos se han tornado hacia la hipótesis de la amenaza que el divorcio y la separación ha supuesto para la familia. Curiosamente, muchas narrativas se paralizan al encontrarse de nuevo con la familia reconstituida o recompuesta, aduciendo que no se pierde la continuidad conviviendo bajo esta estructura, sino que se vuelve al origen.
Este mensaje de volver al origen, a lo esperado, a la nuclearidad, puede apostar poco por las expectativas de los miembros que protagonizan este tipo de convivencia, ya que es evidente que no responde a las mismas claves de relación que las que se desarrollan en la familia nuclear. Vemos así de nuevo como la creencia de la estabilidad y el compromiso como signo de madurez ganan la batalla en las representaciones de los actores sociales, perdiéndola quizá por las controversias que implica portar con la idea de cumplir con un modelo que resulta imposible plagiar debido a la complejidad del nuevo sistema y que probablemente se sigue por esa ansia de asegurar vínculos.
Otro de los rasgos sociocultares que suelen despertar tras este fenómeno es la creencia de que dicha estructura sana lo insano de una situación pasada, que remienda lo roto. Es decir, responder a la creencia de corregir los errores pasados, una fantasía de reparación que lleva a entender que se enmienda lo anteriormente deshecho, por lo que quizá pueda paliar los sentimientos de culpa con los que cargan. Dicha creencia puede enlazarse con otras, quizá con la creencia de un matrimonio como ensayo, en el cual como apunta Carter (1996) se llega a culpar al individuo1 de la ruptura de un modelo que se resiste a sostenerse bajo las coordenadas que la sociedad ha impuesto, dejando de un lado la revisión del modelo original de familia y el contexto social que le ampara para explicar la inestabilidad de la familia. Esta creencia del matrimonio a prueba sigue de la mano a la creencia de que el matrimonio resulta necesario para la autorrealización y que, por supuesto, tiene que ver con ese imaginario apuntado anteriormente respecto a que la madurez personal se criba en relación al compromiso y al tiempo que se mantienen los vínculos.
Plantearse la realidad de vivir en una familia reconstituida sin renunciar a la idea de la forma que impone la convivencia en un hogar nuclear y los parámetros que se utilizan para mirar los vínculos, puede encarar realidades difíciles para este tipo de familias. Parangonar los dos modelos de convivencia que propongo con el ánimo de recuperar la especificidad de cada cual me resulta lo más acertado en un contexto donde circundan familias recompuestas que se entienden en crisis por una angustia de no encajar en el modelo nuclear.
Desde este ánimo al que me refiero, el imaginario de la familia nuclear sigue la idea de una familia en la que viven todos en el hogar, donde los roles resultan clásicos y el ciclo vital dimana lineal; desde el casamiento o el emparejamiento, pasando por la concepción de los hijos, llegando a la viudedad y al hogar unifamiliar por causa de la viudedad. La familia reconstituida se enfrenta de este modo a roles que no resultan clásicos, a vínculos que requieren una revisión, a relaciones vinculares que se caracterizan más por la afectividad (Théry, 1995) y por un carácter más volitivo en relación a mantener determinadas relaciones de parentesco en el tiempo. Los múltiples escenarios de convivencia de los miembros de la familia recompuesta resultan una de las peculiaridades. Es así como, por ejemplo, la figura filial se desenvuelve habitualmente en dos grupos familiares: uno, el hogar donde convive habitualmente –familia de inclusión- es decir, la parte parental de asiduedad, y por otro lado, el grupo de referencia –la familia de referencia- o bien, si se le quiere llamar, el grupo parental con el que convive más puntualmente. Las reglas de pertenencia se diversifican en esta estructura familiar. Se ha hablado en este sentido de un parentesco, como he apuntado con anterioridad, más electivo “cada uno vive su propia versión de familia” (Beck, 2003). Las reglas de pertenencia así se distancian de las que singularizan a la familia nuclear y que tienen que ver con el origen biológico, con el matrimonio y con el hogar, por lo que la añoranza de este modelo podría volatizar roles y relaciones vinculares que no tendrían por qué perderse en ningún destino personal.
Culturas dispares en cada grupo de convivencia -una más permanente, otra más puntual- y las vinculaciones trasversales que de ellas derivan pueden enriquecer la autobiografía personal, o bien, se puede recurrir a otras narrativas más pesimistas y más tendentes a cumplir con la nostalgia de la vuelta a otro modelo familiar, sugiriéndonos así una especie de “renuclearización” -inferida de una fantasía de nuclearización que conduzca a finales felices- y de una autobiografía adversa ante tal restructuración.
Contar con paradigmas nuevos que incluyan y no excluyan posibilidades de nuevas relaciones vinculares y roles que surgen por doquier en las diversas formas de convivencia puede quizá contribuir a las narrativas que no hablan de crisis destructivas sino constructivas. Obviamente, la familia entra hoy en niveles de complejidad que afectan tanto a su estructura, como a su identidad y a los aspectos más íntimos y sociales. Dicha complejidad reclama grandes dosis de flexibilidad y de apertura con ánimos de redefinir vínculos sacralizados y roles clásicos que ponen a los miembros de las nuevas formas de familia de hoy en tesituras gratuitamente enmarañadas.
Desde los estudios sociológicos se escuchan voces acerca de que la familia empieza a transformarse en una fase transitoria de la vida. Y me planteo si quizá no se refieran más a la nuclearidad y a las fantasías que anteriormente he apuntado. Dicho modelo se convierte entonces en una fase transitoria de las historias personales y la familia no desaparece, dejando generosamente otros modos de convivencia como opción personal y no como fracasos. Para que resulte básica dicha generosidad considero que tiene que venir apoyada por las representaciones sociales, siendo así el punto fuerte que puede “hacer el caldo gordo” para que realmente nos visionemos ante una familia más alterable, creativa, que no frágil. A dichas representaciones y realidades percibidas por parte de este tipo de familia, contrarias a esta generosidad dejaré un espacio en el siguiente apartado, ayudándome del ejercicio interpretativo que me ha supuesto el encarar las narrativas de las mismas en contextos de crisis que se enfrentan ante interrogantes que peligrosamente rellenan de míticas que “en apariencia” mitigan la angustia y que tienen que ver con planteamientos tales como: ¿quién es el responsable de la crianza?, ¿la madrastra o el padrastro tienen que velar por que los hijos se lleven bien?, ¿el apego del hijastro al nuevo progenitor debe ser súbito y vital para que la familia marche bien?, etc.
III. Familia recompuesta y creencias sobre un destino fracasado
Terapeuta: – ¿Cómo definirías a tu familia, con qué notas la describirías?
Padre: – Uf, no sabría decirte, no sé lo que decir… es éste mi segundo matrimonio y fíjate, ya has visto lo que he dicho en la sesión… a veces pienso que es mi culpa, que esto de que se repita es mi culpa… lo que tengo en este momento, si quieres que te diga la verdad, es poca, muy poca fe…
Las presiones sociales en torno a la idea recurrente de enmarcar un modelo de familia ideal concreta lleva en ocasiones a que nuevas formas de familia, como pueden ser en este caso las recompuestas o las reconstituidas, insistan de un modo casi siempre inconsciente, en caer en el propio fracaso que se profetizan. Es un rasgo común que he encontrado en las familias recompuestas que han acudido a pedir ayuda. Estas familias y los miembros que la integran verbalizaban su crisis bajo parámetros parecidos, etiquetaban sus destinos, sin saberlo, bajo la sombra de una creencia de incompetencia e ilegalidad, y regulaban las interrelaciones y acontecimientos de la familia en orden a confirmar dicha creencia. Dejo en este apartado constancia del análisis de la realidad de estas familias y de sus relatos respecto a la crisis, unas veces impuestas en la etiqueta de un hijo y otras en el propio debilitamiento de la identidad de su nueva familia.
Por grupo, me centro en este apartado en un tipo de familia concreto, una estructura familiar cada vez más común y que suele chocar con el modelo social que se tiene como ideal de familia, un modelo que ha sido bombardeado por historias que dejan ver claramente el destino fracasado de este tipo de familias y de los nuevos roles que en ella se configuran (Padrastro, madrastra, hijastro)2. Estas fábulas o historias culturales van seguidas de otras representaciones que empujan a nuestro inconsciente colectivo todavía y que tienen que ver con los vínculos de sangre valorados sobre los afectivos. Es el caso del mito de sangre y de la subestimación o incluso desvalorización consecuente de los lazos afectivos que unen a las relaciones paternofiliales.
Y es que estamos influidos profundamente por las imágenes de la vida familiar que nuestra cultura nos muestra. Las familias no existen en un vacío social, y las familias recompuestas se enfrentan ante el problema de su incapacidad para dejar de esforzarse en el intento de acercarse a la estructura de la familia que la sociedad impone. La cuestión es que este tipo de familias, a menudo, se consideran fuera de la norma, manifestándose más sensibles a las dinámicas íntimas de la familia y al mundo exterior que las provoca. De aquí el origen de la mayoría de las problemáticas que afectan a este grupo específico. El propio sistema representacional de la familia recompuesta dejará notar lo que la sociedad espera de esta familia, influyendo en sus expectativas y subsistencia misma como familia:
Terapeuta: – ¿ En qué, entonces, podemos ayudarles?
Padre: – Ustedes han visto más familias como la nuestra, con problemas diferentes. Podrían indicarnos qué es lo que podemos hacer para cambiar esto, o decirnos si esto no se puede cambiar en realidad porque somos así y no funcionará nunca…
La mayoría de las familias recompuestas que acuden o que han acudido a pedir ayuda, ese pedir ayuda es reflejo de su creencia en lo que se refiere a su ilegalidad. Buscan éstas siempre un reflejo, se topan con un signo que expresa, que cumple aquello que llena la significación de su realidad. Se empeñan en buscar un chivo, un hecho que ejemplifique su propia creencia de ilegalidad.
Los casos con los que me he encontrado han dejado ver un hecho. Es la idea de que en este tipo de familias, normalmente, hay un reflejo, se espera que uno, en su actitud poco adaptativa, descubra la naturaleza ilegal o incompetente de la propia familia:
Madre: – Al principio teníamos miedo mi pareja y yo de si esto funcionase o no… pero está claro no funciona, no nos deja vivir (su hija biológica)… igual debería hacer ella su vida ya y dejarnos vivir…
Suele coincidir que en estas familias sean los hijos los que reflejen esta idea que les persigue, no los hijos en sí, sino la conducta de éstos, una conducta inadaptada, hostil, fuera de lo que se considera normal:
Madre: – Creo que mi hija se ha valido de la mala relación que hemos llevado su padre y yo… ella se dio cuenta de que él me estaba haciendo polvo… pero ahora responde haciéndome la vida imposible.
Terapeuta: Y ahora lo está dejando padecer con su hija ¿no?
Madre: Sí
Terapeuta: Pero también se va a separar, ¿no? Su hija también le está haciendo polvo y se van a separar, de algún modo… en su decisión de echarla de casa está esa separación…
Detrás de lo que en las verbalizaciones hay, traduciendo lo que realmente se busca cuando definen su realidad, es curioso como se descubre que el modo de llamar a la realidad tiene mucho que ver con lo que se quiere o espera de ella. Las familias hablan en términos muy característicos, definen sus aconteceres en términos de: “me quiere herir, me quiere castigar, mira el modo con que me paga” ¿Esperan realmente ser castigadas , juzgadas por algo que les hace sentir culpables? Estos términos denotan que la vida se evalúa en claves de rechazo o castigo, como si, tras el esquema por el que perciben la realidad, hubiese un imaginario empeñado en determinar que lo disfuncional de un pasado debe ser corroborado ahora de algún modo. Cualquier conducta inadaptada de los hijos se interpreta como si éstos tratasen de castigar el fracaso de sus progenitores, como si rechazasen la nueva vida, el nuevo sujeto que viene a sustituir el rol de padre. La madre o el padre biológico con el que comparten la vida, queda desbordado, se suele sentir víctima de las conductas de sus hijos y tienden a interpretar estas conductas como un castigo y no como un modo de acercamiento del que se valen los hijos ante la amenaza de otro ser que está ocupando un puesto que todavía no se desea que ocupe. Esta realidad queda reflejada en estas verbalizaciones de una madre que está percibiendo la conducta de su hija así, como un castigo que no merece, redefiniendo la terapeuta que pueden existir otros modos de interpretar esa conducta:
Madre: He hecho por ella lo indecible y mira cómo me paga… creo que no se merece nada… se alegra de mis fracasos… incluso, una vez que rompimos mi pareja y yo llegué a descubrirle en su calendario que era el día más feliz de su vida… me quedé hecha polvo… son detalles que a mí me demuestran que tiene maldad…
Terapeuta: Otra lectura que se puede hacer sobre esto es que ella no quisiera otra figura más que la materna… conseguir sólo quedarse con ustedes… ¿ Por qué no busca usted otra interpretación acerca de la conducta de su hija?… no tienen por qué ser necesariamente sus actitudes fruto de su maldad…
Una diferencia que deseo recalcar es la diferencia entre el sufrimiento del individuo y el sufrimiento de pertenencia. Es el sufrimiento de pertenencia el de no lograr encajar en un imaginario de familia lo que caracteriza a la mayoría de este tipo de familias que buscan ayuda. Es el dolor que causa la no-identificación, el carecer de una identidad férrea, el de no entrar en los esquemas de familia sana y no responder a las expectativas sociales de una familia normativa y por ende a las creencias personales, lo que hace caer en la angustia a estas familias, lo que las lleva también a un sufrimiento individual, con forma, con base somática, con nombres –depresión, problemas conyugales, alcoholismo, fracaso escolar…-, con personalidad propia –el paciente identificado-, pero en realidad no son más que la sombra de un dolor de pertenencia, un dolor, no sólo a no encajar en el esquema de familia sana, sino también al de no encajar en esa nueva familia.
El dolor de pertenencia, en la mayoría de los casos, se ha visto reflejado en los hijos. Éstos son los que más asumen el papel y son asumidos como pacientes identificados. Son ellos a los que suele desbordarles la realidad, los que no llevan bien el asumir un nuevo estilo de familia, nuevos puestos en la familia, una familia con nuevas normas, con nuevas reglas, una familia en la que se han introducido nuevos roles, no siempre tragables o aceptados de forma adecuada. Traduciéndose este ser intragable con conductas hostiles que la nueva pareja suele interpretar como castigo, como fruto de su maldad:
Terapeuta: – Ya sabemos que para usted la situación es bastante dolorosa. Es joven pero su hija, ante los cambios de pareja que usted lleva en su historia, los vive mal, los percibe como un exceso, traduciéndose ese exceso en conductas que rayan la anormalidad… igual se está buscando un hueco para acercarse a usted de algún modo ¿no?
Madre: Pero yo me siento frustrada… se me engaña, se me maltrata… me castiga…. a veces llego a pensar que sí que es mala de verdad… lleva odio dentro…
Hija: – A mí nadie me pidió permiso para que viniesen a vivir…
Insisto en este apartado en las familias recompuestas porque parecen ser éstas las que más suelen sentir el vértigo de las crisis que no siempre tienen un fin disfuncional, sino que pueden ser simplemente naturales al propio crecimiento de la familia. ¿Qué puede significar este vértigo repetido de este tipo de familia? ¿Significa que sean más disfuncionales? ¿Son más vulnerables a la problemática? ¿Por qué consideran necesitar ayuda en casos que se pueden asemejar a una familia de estructura no recompuesta?
Resulta curioso cómo el mismo caso, por ejemplo el caso de un chico con conducta problemática, fracaso escolar y comportamientos hostiles en casa, puede alarmar a las diferentes familias, pero no del mismo modo afectará a la recompuesta que a otra diferente. Lo que para una familia asentada, normativa, socialmente estable y segura de su derecho a existir, puede ser un problema pasajero y no propiamente causa de sus dinámicas disfuncionales, para una familia recompuesta, herida en su identidad, puede percibirse como un fracaso, reflejo de su ilegitimidad del grupo, de su “se piensa” naturaleza disfuncional, del mismo hecho de ser recompuesta. En este tipo de familias la disfuncionalidad se radicaliza. Una etapa de desequilibrio desborda, aparece el pánico a lo que puede dar prueba de su disfuncionalidad y, de repente, surge el registro polarizado para llamar a lo que quizá es un estado, dentro de las circunstancias de adaptación, normal.
Madre: – Ella está equivocada con su actitud… sus amigos dicen que es rara… yo pienso que no está bién… que hay algo en su cabeza que no funciona.. queremos saber si realmente está loca, es tonta o nos quiere tomar el pelo… probablemente esté enferma… sí, es una enferma
Terapeuta: – Puede ser que no sea esto necesariamente… puede ser que se esté arropando de una forma dolorosa… puede ser una forma de teneros cerca, de que pongáis el ojo en ella… ella consigue con esto algo…
La típica actitud de alarma de estas familias, supone un umbral de sensibilidad muchísimo más alto que cualquier otro tipo de familia. Se está alerta ante cualquier nota de prueba de lo que de disfuncional hay en la familia y, ante la prueba, se instalan en el desequilibrio, en lo descontrolado de una situación que puede dar muestras de lo probable de su fracaso. Esta idea les llevará hacia un replanteamiento de su propia existencia y de una consecuente alarma y necesidad de ayuda.
Normalmente, este tipo de familias no suelen expresar su confianza respecto al futuro buen funcionamiento. Más bien se caracterizan por mantener una actitud de sospecha, de recelo, de falta de credibilidad. Suelen resolverlo con la separación, con la espera de que los hijos salgan de casa, se independicen, resuelvan su hostilidad fuera, o bien, en otros casos, se soluciona con la salida del nuevo sujeto que no es tragable para el hijo sintomático:
Terapeuta: -¿Entonces usted (padre no biológico) ya no vive en casa? ¿Cómo es que han intentado solucionar la situación así?
Madre biológica: – No lo soportábamos, mi marido estaba perdiendo los nervios… mi hijo nos hace la vida insoportable, me insultaba, le insultaba, me pegaba, incluso… y mi pareja entraba en la disputa… era insoportable…
Terapeuta: – Es una forma de cumplir eso que quiere su hijo ¿no?… Su juego queda cumplido ¿no?… ¿Seguirán ustedes jugando con él?… ¿piensan que la solución está en la disolución?…
Este tipo de familias lleva un pasado a cuestas, un pasado que proyecta al futuro numerosas notas negativas, notas que la mayoría de las veces, llegan a cumplirse. Suelen resolver la duda de quién es el culpable o la causa de la disfuncionalidad en la propia estructura de la familia. Es característico así que la asunción de roles suela precipitarse. Se mantiene una actitud hiperreactiva. Se quiere asumir el rol de modo súbito y la realidad les devuelve la respuesta –la necesidad de tiempo para su asunción- interpretándolo los protagonistas como una muestra de su fracaso.
Las narrativas de estas familias apuntan a la recurrencia de creencias que expliquen la inadaptación que se vivencia. Uno de las creencias a las que se suele recurrir ante la conducta inadaptada de un miembro de la familia (hijo), suele ser la creencia de la “mala sangre”. Ésta explicaría la conducta que no se tolera, apagando a la vez el resentimiento por la antigua pareja. Se busca a un culpable que explique lo disfuncional del presente, y el idóneo es la antigua pareja. El mal del hijo es la huella que el otro ha dejado en la familia para no olvidar el drama. Esta creencia queda patente en la lectura que la familia de origen hace respecto a la hostilidad manifiesta de los nietos:
Terapeuta: Su familia de origen, sus padres ¿ qué dicen de esto?, ¿cómo explican la reacción que tiene su hija?
Paciente (madre): Que lo lleva en la sangre, que no lo puede evitar… que tiene el mismo carácter que su padre… y es cierto…
En definitiva, la familia recompuesta se percibe destinada, ante una aparente o real dificultad, a pedir ayuda, advierten un destino abocado al fracaso. Son familias que han sido criticadas por las representaciones sociales en las que ha primado la visión de familia ideal, la clásica, considerándose estas familias como fuera de la norma. Y es así como se resisten muchas veces a dar otra lectura que pueda explicar el presente. Es curioso el rechazo, el olvido puesto en el pasado. Estas familias parecen resolver su pasado inventando un presente pero sin perspectiva en la historia. Quieren vivir otra vida, otra familia que no se atreven a llamar recompuesta. Se olvidan, en su mundo consciente, de que su especificidad viene dada por hechos pasados. Les cuesta así reconocer su cualidad en términos positivos, rechazan su especificidad porque el concepto que tienen de ella no se ajusta a lo adecuado, a lo normal, a lo que creen es el modelo idóneo. De este modo, la dinámica de los nuevos padres suele responder a la creencia del amor instantáneo, y al no producirse de esta forma, surge la culpa, la impotencia, el sentimiento de fracaso.
Se trata, la mayoría de las veces, de familias frágiles, poco estables, familias que, a través de la creencia inconsciente de ilegalidad e incompetencia, atribuyen los problemas a la estructura misma de la familia, a su propia especificidad. Una designación social que se transforma en una autodesignación, en una profecía autocumplida o en una contaminación perceptiva.
De este modo, la mayoría de los casos de familias recompuestas, parecen presentar aspectos de una identidad desconfiada con sentimientos negativos de autovalía y un locus de control interno de las dificultades que se presentan en casa. Pero esto no suele verbalizarse, el sentimiento de autovalía se esconde bajo diferentes caras. En la mayoría de los casos se halla detrás de un símbolo, el símbolo del sistema representacional de la familia: el paciente identificado, que suele coincidir en ser o el hijo de un miembro de la pareja o la madre con quejas de depresión, o bien en el reconocimiento de la disfuncionalidad en la comunicación entre los cónyuges.
Las creencias sepultadas bajo caras, lenguajes, dinámicas de las familias, juegos y reglas por las que se rigen, recaen todos sobre su identidad. Muchos casos han reflejado el problema de estas familias a la hora de reconocerse en la sociedad, problemas de reconocimiento y aceptación suelen provocar que estas familias caigan en el desequilibrio. Necesitan reconocimiento, legitimidad y apoyo social, que no siempre tiene que ir más allá de la familia de origen. Muchas veces, estas familias, sin saber que vienen a solucionar un problema de reconocimiento y aceptación, en realidad acuden a terapia para que le validen su identidad y sentimiento de pertenencia a un grupo.
Otras creencias que suelen desvelar estas familias, son los que tienen que ver con la igualdad de los hijos. Es un hecho el que en las familias recompuestas suelen convivir hijos de los diferentes matrimonios anteriores. Pero ¿qué expectativas se ponen sobre ellos? El sistema paterno de este tipo de familias suele proyectar hacia los hijos de diferentes matrimonios la típica creencia de igualdad. Es decir, una igualdad mitificada. La comunión o discordia entre los hijos de diferente origen serán la prueba de la armonía o disfuncionalidad de la familia en cuestión.
Siguiendo con el sistema fraterno y parental, apunto también la idea recogida de los diferentes casos, que casi todas las familias de esta índole parecen no creer en la naturaleza de los lazos de filiación. Aun pareciendo creer -algo que les conviene para subsistir como tales- parece como si les preocupase en demasía la entrada de los hijos en el nuevo sistema familiar y su identificación en el mismo. Se suele centrar la atención, la mayoría de las veces, en la dinámica del nuevo padre o madre, con el hijo procedente de la otra pareja, y los diferentes hijos, cada uno de procedencia diversa. Sería como si una muestra de buena comunicación entre ellos salvase la identidad de dicha familia. Y esto, no es que no sea importante, pero denota esta falta de confianza en la naturaleza, se cree, disfuncional de una familia recompuesta.
En definitiva, es el complejo mismo de ser familias recompuestas lo que lleva a estas familias a estar atentos de modo extremo a los signos de armonía o disarmonía. Es lo que les lleva a repetir su presencia en las comunidades terapéuticas. Es su falta de confianza en ellas mismas, en creer en la posibilidad de que pueden crecer y disfrutar de los diferentes ciclos que la vida, como al resto de las familias, les ofrece. Y es que todavía les quedan restos en la memoria. Olvidar el pasado es un paso previo para comenzar a vivir como una verdadera familia, sin falsear una condición – el ser familia recompuesta- que no tienen por qué limitar u oscurecer un futuro armonioso.
La salida a esta adaptación sólo puede coger el camino de la revisión de nuestras creencias que nos empujan a destinos muy claros. No podemos entrar en la paradoja de vivir una realidad divergente y no siempre caprichosa, y apuntar sin embargo nuestras miradas bajo representaciones rígidas que impiden avanzar en dicha divergencia. La esquizofrenia es segura, pero más seguras son las disfunciones que pueden surgir en la familia, por no creer en su propia especificidad. El camino entonces está claro, y será también el que nos permita una salud de las nuevas familias, mediante un conocimiento más profundo de sus dinámicas, de sus recursos propios y potencialidades características para crecer en orden siempre a esos sujetos individuales que serán los protagonistas próximos de las futuras familias
El responder a un modelo es un empeño constante que se he visto reflejado en múltiples familias, unas veces transformado en síntoma y otras literalmente verbalizado. El síntoma puede ser resultado de un empeño en soñar, y en este caso, pienso, puede ser muestra de las familias recompuestas y su intención frustrada de no encajar, de no caber en ese modelo prescrito. Se trata así de una motivación forzada por otro protagonista inconsciente, pero que a veces hace presencia en nuestro lado consciente. El inconsciente social presiona y se entromete queriendo imponer sus propias creencias. Es lo que se llama norma, y lo que define Neuburger (1997) como “la suma de las ideas, prejuicios de una época -la nuestra- de lo que debe ser una familia; la pareja la relación fraterna, la educación de los hijos, la relación del sistema parental”; en definitiva, de lo que debe ser una dinámica familiar funcional. Este deber ser choca de modo drástico con la realidad, y del resultado de su impacto percibimos una crisis que no siempre está donde en principio se ve.
Asistimos en nuestros días a la paradoja del vivir en una pluralidad de realidades y formas de organizar la convivencia en común, y esos constructos o ese modelo de familia ideal que todavía rumia en el inconsciente de muchas familias que representan esa pluralidad. Y la presencia de esas familias que encarnan la pluralidad en el contexto terapéutico es el precio de dicha paradoja. Es este fenómeno – la presencia de la familia recompuesta en el contexto de ayuda- el reflejo de ese hecho, de ese choque entre lo que se cree y lo que en realidad hay. Se trata de una variable: el conflicto entre la realidad – la de ser una familia recompuesta y asumir su especificidad, sus roles y dinámicas propias- frente a las creencias personales y las sociales- el aspirar al esquema de familia tradicional y monolítica o responder a la expectativa que éste impone a la recompuesta-.
Bibliografía
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