Con los años los detalles de nuestra historia se van difuminando, hasta que llega un día que aparecen de nuevo con una claridad pasmosa que nos vuelve a meter en todas las situaciones inconclusas; no tenemos un diagnostico claro en relación a la crisis. Apenas nos ponemos de acuerdo en sus orígenes remotos y mucho menos sobre su profundidad y duración. La crisis introduce el miedo, el miedo a perder el control de las circunstancias y rutinas de nuestra vida diaria. El interés por la crisis ha explotado y uno quiere saber cómo ha llegado al borde del precipicio.
¿Puede cambiar algo una crisis?
Efectivamente, puede……………………………………………….
La vida de uno recitada en voz alta puede despertar en quién escucha una verdadera atención, una disposición de verdad. El proceso es esencialmente oral, uno a través del despliegue de sus síntomas pone en funcionamiento un tratado breve sobre las deudas, los prestamos, los plazos que se cumplen, los intereses que se acumulan y no pueden pagarse. No existen comportamientos, ni modos de actuar validos para siempre, ni manuales que no deban ser revisados y actualizados a lo largo de una vida.
A través de la palabra uno narra sin prisas los ecos de la memoria, a ratos se incrusta ese presente en el relato, pero casi siempre la voz del narrador, actúa, como actúan los novelistas: poniendo en sus palabras el intento de hacer habitable y comprensible el espacio doméstico que determina buena parte de las vidas adultas.
El recorrido es el resultado de un trabajo sincero, aunque ya sabemos que la sinceridad no conduce necesariamente a la verdad, pero sí al sentido.
Desde la palabra, como si de una máquina del tiempo se tratara, expone esta tragedia de dolor y de desesperación sin perder de vista que la misma realidad que nos destruye también nos construye.
He olvidado preguntar esa forma de mirar a las cosas, con la distancia queda pasar la vida pensando en la palabra necesaria.