Es el titulo de una obra de teatro que se representa en la actualidad cuyo argumento trata de la relación en la pareja humana.
El espectador, se ve inmerso en la propia experiencia y entre risas y suspiros, intuye que algo parecido les pasa.
Se pueden preguntar. ¿Cómo es posible? que dos personas que en su relación con otros sujetos reaccionan de la manera más razonable, pueden atacarse los nervios durante años, siempre con los mismos reproches y fórmulas, sin darse cuenta de su total inutilidad.
Lo que aquí se representa en clave de humor, me parece que son problemas que se encuentran en toda relación.
En la práctica terapéutica, cada vez me llama más la atención que las querellas conyugales giran alrededor de temas parecidos. Casi siempre la lucha se establece en relación a asuntos cotidianos y cada uno echa un pulso con el otro de forma terca y encastillada.
Pero las cuestiones por las que luchan no son pequeñeces para los consortes, sino que son y tienen un fondo, es cuestión de principios.
Con frecuencia los miembros se presentan como unidad polarizada en sí misma que se mantiene unida por medio del tema común de discusión. Cada uno se considera a sí mismo, como contrario del otro, pero estos contrarios se complementan convirtiéndose en un todo.
Las polaridades toman muchas formas como las máscaras del teatro, en el que cada personaje, se representa a sí mismo y también a algo más que a sí mismo.
En las polaridades puede verse el campo de batalla entre la emoción y la razón, la madurez y la inmadurez, lo masculino y lo femenino etc… Al teatralizar estas características, el sujeto puede dar voz a lo que exigen de él y a lo que le aportan en la vida.
Los cuentos infantiles acaban con la frase: “Se casaron y vivieron felices hasta el fin de sus días”.
Pero en realidad el matrimonio no es un estado, sino un proceso.
Lo patológico no es que se presenten las crisis conyugales; la patología surge más bien por y al eludir estas crisis normales de madurez y normales en sí e inevitables.